Por el sacramento de la confirmación todos quedamos renovados por la Gracia del Espíritu Santo y quedamos configurados con los apóstoles, es decir obtenemos la facultad de anunciar a Cristo como lo hicieron ellos.
El Espíritu Santo halla su morada en nosotros y se queda para ayudarnos en la misión que cada Católico tiene, la de evangelizar.
El es la fuerza de donde sacaremos nuestras armas para luchar en la buena batalla.
De este modo todos estamos unidos en la lucha, aquella en que todos debemos de tomar como nuestra para que el nombre de Cristo llegue a oírse y pronunciarse en todos los rincones de la tierra.
Somos jóvenes o tenemos el espíritu de jóvenes, y se me viene a la mente lo que decía el Papa Juan Pablo II: “Soy un joven de ochenta años”.
Sí somos jóvenes apóstoles que tenemos que hacer nuestro el lema medieval: “Por la Cruz a la luz”; solo de este modo, nuestro mundo que se ha dejado consumir por el fenómeno de la globalización materialista cambiará.
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