DOÑA DORA SE FUE A ASIAUna anciana asegura haber estado en el “paraíso”. Ésta es la tercera historia de las personas que el Voluntariado atiende.
- Es el paraíso, joven, y yo estuve ahí.
Puede que doña Dora tenga más de setenta años. No se lo pregunto por esa costumbre popular de que a las damas no se le interroga sobre su edad. Entonces mejor no saberlo y seguir escuchándola hablar emocionada del “paraíso”, porque esta abuela que casi todos los días se moviliza en silla de ruedas o ayudada por su bastón asegura haber pisado los campos elíseos del paraíso en la tierra, aquisito nomás, al sur de Lima.
- Joven, es un paraíso, y yo estuve ahí, porque mi sobrino trabaja en el paraíso. Hace de guardián y vive ahí con su familia. Y cuando puede me deja entrar…
El paraíso de doña Dora se asienta en Cañete, en sus campos agrícolas entre el río y el mar.
- Oiga, joven, yo estuve en Asia. Y usted sabe que ahí sólo va la gente ricachona. Y mi sobrino cuida una de esas casas de los millonarios, y si usted entrara en esa mansión me diría también que es el mismo paraíso.
Una mansión del balneario más exclusivo de Lima abrió, de par en par, su puerta trasera a Doña Dora, cañetana empobrecida hoy afincada en una vieja casona de los Barrios Altos, pero que de cuando en cuando viaja al valle de Cañete a visitar a algunos familiares y, sobre todo, a su sobrino, diestro agricultor a quien, según doña Dora, un millonario ha contratado para que cultive la fructífera tierra de su residencia.
- Si usted viera eso, joven. Cuando hay fiesta hacen manjares, banquetes, y como la comida sobra, la echan a la basura… Así son los ricos, pues… No saben qué hacer con la plata… Y ni cultivar la tierra saben, por eso contrataron a mi sobrino para que la mantenga siempre verde, con fruta, con verduras… En la mansión, las frutas se caen de maduras porque nadie se las come…
Cuando el patrón se ausenta, el sobrino hace pasar a doña Dora, y ella solita se jaranea en el hondo y extenso verdor de la casa. Luego, cuando hay fiestas o reuniones, debe permanecer en la cocina aguardando las sobras del banquete.
- Así será de hermoso el paraíso en el cielo, ¿verdad, joven?
Le sonrío y pienso: es probable, doña Dora, es probable que así sea, aunque en la Casa Grande del Señor usted también podrá sentarse en la mesa
- Es el paraíso, joven, y yo estuve ahí.
Puede que doña Dora tenga más de setenta años. No se lo pregunto por esa costumbre popular de que a las damas no se le interroga sobre su edad. Entonces mejor no saberlo y seguir escuchándola hablar emocionada del “paraíso”, porque esta abuela que casi todos los días se moviliza en silla de ruedas o ayudada por su bastón asegura haber pisado los campos elíseos del paraíso en la tierra, aquisito nomás, al sur de Lima.
- Joven, es un paraíso, y yo estuve ahí, porque mi sobrino trabaja en el paraíso. Hace de guardián y vive ahí con su familia. Y cuando puede me deja entrar…
El paraíso de doña Dora se asienta en Cañete, en sus campos agrícolas entre el río y el mar.
- Oiga, joven, yo estuve en Asia. Y usted sabe que ahí sólo va la gente ricachona. Y mi sobrino cuida una de esas casas de los millonarios, y si usted entrara en esa mansión me diría también que es el mismo paraíso.
Una mansión del balneario más exclusivo de Lima abrió, de par en par, su puerta trasera a Doña Dora, cañetana empobrecida hoy afincada en una vieja casona de los Barrios Altos, pero que de cuando en cuando viaja al valle de Cañete a visitar a algunos familiares y, sobre todo, a su sobrino, diestro agricultor a quien, según doña Dora, un millonario ha contratado para que cultive la fructífera tierra de su residencia.
- Si usted viera eso, joven. Cuando hay fiesta hacen manjares, banquetes, y como la comida sobra, la echan a la basura… Así son los ricos, pues… No saben qué hacer con la plata… Y ni cultivar la tierra saben, por eso contrataron a mi sobrino para que la mantenga siempre verde, con fruta, con verduras… En la mansión, las frutas se caen de maduras porque nadie se las come…
Cuando el patrón se ausenta, el sobrino hace pasar a doña Dora, y ella solita se jaranea en el hondo y extenso verdor de la casa. Luego, cuando hay fiestas o reuniones, debe permanecer en la cocina aguardando las sobras del banquete.
- Así será de hermoso el paraíso en el cielo, ¿verdad, joven?
Le sonrío y pienso: es probable, doña Dora, es probable que así sea, aunque en la Casa Grande del Señor usted también podrá sentarse en la mesa
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