Lima es una ciudad que además de inmensa, caótica y triste −adjetivos
que siempre ha recibido−, encierra alegría, color, pujanza, solidaridad,
nostalgia y pluralidad. Esto es lo primero que uno piensa luego de ver las
cerca de cincuenta fotografías reunidas en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC)
que componen la emocionante muestra «Mírame, Lima», de los fotógrafos Morgana
Vargas Llosa y Jaime Travesán, con la dirección artística de David Tortora.
Cantantes folclóricas como «Perlita de Chavín», que sueñan con ser
famosas y viajar por el mundo; migrantes cusqueños, llegados hace treinta años
con su vida embutida en dos maletas; veteranos trompetistas, cuyo mayor sueño
es volver a su Cañete de la infancia para tocar frente al mar; descendientes
italianos que todos los años celebran fiestas en honor al Señor de los Milagros
en el antiguo negocio familiar, un astillero; jóvenes surfers que todas las
mañanas bajan a la Costa Verde para montar sus tablas y aprender a domesticar
las olas; cubanos que huyeron de la isla en 1980 y se instalaron en Villa El
Salvador; shipibos de Cantagallo, que llegaron de Ucayali para vivir de vender
artesanías. Reuniendo tantas personas tan diversas, con orígenes y destinos tan
distintos, «Mírame, Lima» consigue trazar un perfil vastísimo e inclusivo de
una ciudad compleja y sus habitantes. Tan bien seleccionadas y producidas son
las escenas que juntas transmiten una sensación de totalidad, como si la ciudad
entera estuviera resumida en este mosaico en apariencia arbitrario de rostros y
paisajes, pero también de anhelos, adversidades, esfuerzos y éxitos. Concluido
el recorrido no es raro imaginarse a uno mismo entre los retratos de la
muestra: al final somos parte de la misma, como somos parte de la ciudad donde
vivimos.
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