Por Guillermo
Peña.
Nunca deja
de sorprenderme la repentina descarga de amor y bondad que desprenden de sí los
candidatos en época electoral; la generosidad que llega a ser percibida como
patética, en su totalidad, por un público cansado de lo mismo, de los mismos
clichés y eslóganes demagogos y populistas; la competencia estúpida de quién
difunde la canción más pegajosa a través de la radio (que termina por estresar
a los electores indecisos —tal y como confirman las encuestas de dudosa
procedencia, que en este punto no se equivocan—). Ya las manos de los
aspirantes al poder deben estar demasiado gastadas, llenas de callos y
erupciones debido a los microbios y bacterias que se transmiten entre seres humanos
que hacen fricción al saludarse; ya deben estar ellos demasiado aburridos de
fingir, de sonreír y de adoptar una pose que no va con ellos —como los revelan
las fotografías mal tomadas y editadas en mítines y caravanas, publicadas por
sus colaboradores de campaña—. Por supuesto, hay algunas excepciones, y son los
políticos bien asesorados. Pero lo que no me sorprende es esa astucia que
poseen algunos individuos, y que muchas veces son propuestas verídicas —claro,
sin que ellos mismos se den cuenta— que lanzan mediante spots publicitarios en
la TV; anuncios que buscan sorprender a los desinformados e ignorantes en
materia de gobernabilidad; promesas que juegan con la ambigüedad jurídica
actual y la que está por venir. Y de ejemplo expongo el siguiente caso en
Cañete: “Un candidato jura a los habitantes de su distrito que si es elegido
alcalde, y obviamente terminada su gestión, no pretenderá la reelección”. Mosca
es el man, pues está por aprobarse el proyecto de ley que impide la reelección
inmediata a las autoridades municipales y regionales en el Perú. O sea, esta
será la última oportunidad que tienen los alcaldes de turno para reelegirse,
más no los que candidatean; en la próxima contienda tendrán, obligatoriamente,
que desaparecer. Qué pendejo.
Comentarios