Escribe: Renzo
Gómez.
Condones
inflados como pelotas, flotando en las aguas marrones del baño común de un
pabellón; en medio de rebanadas de pan;
o escondidos en el calor de una vagina o un ano. Esas son las modalidades más
ingeniosas para ingresar u ocultar
celulares que Martín Apolaya recuerda en
los más de diez años que lleva como funcionario del INPE, en el penal La Calera
de Cañete.
Desde
que a mediados del año pasado se anunció que se instalarían unos dispositivos
electrónicos para bloquear las llamadas desde los móviles, la gran mayoría de
internos ha reservado la criollada para otros asuntos. Según estadísticas del propio penal han sido
incautados en el último año tan solo diez aparatos telefónicos.
Inaugurado
en el 2001, el penal La Calera, ubicado en el distrito Nuevo Imperial, en medio
de dos cerros, hasta donde se llega por una carrera asfaltada por los baches,
fue elegido por su poca peligrosidad y menor hacinamiento (2119 internos para
una capacidad de 1200) para iniciar un proceso que debe frenar las contínuas
extorsiones que se urden desde las cárceles.
Una
disposición que no es reciente, pero que nunca terminó de cuajar en el pasado.
En mayo de 2014, una sola llamada, de apenas 20 segundos, desnudó lo que
parecía ser una buena iniciativa: el congresista José León, en el penal El
Milagro de Trujillo, llamó al entonces premier Walter Albán. Aquel “aló,
ministro”, en televisión nacional,
demostró que el sistema fallaba.
Falla
todavía. Los bloqueadores, adquiridos por la (DINI) por un aproximado de un
millón de dólares, para El Milagro y Picsi (Chiclayo) funcionan actualmente al
60% y 95%, respectivamente.
A
fines de junio de 2014, luego de dos años y medio de burocracia, el consorcio
Prisontec se adjudicó la buena pro del proyecto para implementar el servicio de
seguridad tecnológica, en principio, en 33 de los 67 recintos penitenciarios
del país. De inmediato se lanzó un cronograma auspicioso, que ha empezado a
llenarse de retrasos.
Choque
de potencias
Después
de un recorrido veloz por pabellones y talleres, subimos a uno de los
techos desde donde se observan los
cuatro gabinetes, ubicados en los torreones de La Calera. Cada uno de ellos
contiene cuatro jammers o bloqueadores.
Un
técnico y tres ingenieros, con aparatos de color plomo, con una antena,
llamados analizador de espectro, merodean por los pasillos. Se trata de una
cuestión extraordinaria: solo un ingeniero, en este caso Vladimir Fiestas,
opera en cada cárcel. Sus otros compañeros están desde hace una semana
realizando mediciones. ¿La razón? Dos operadoras de telefonía Bitel y Entel,
que cuentan con antenas a 1700 y 980 metros al suroeste, respectivamente, han
estado subiendo su potencia constantemente, obligándolos a hacer lo mismo.
En
otras palabras: vulneran el sistema. Entre el 4 de junio -cuando arrancó todo-
y el 4 de agosto se filtraron 14 llamadas
de un total de 237 mil llamadas. Es mínimo pero significativo. Y
revelador.
“Contra
la voluntad del operador de meterse a la prisión no se puede. No lo bloquea ni
Dios. Te rompen el espacio por los clientes”, se queja Augusto Fernández,
gerente general de Prisontec. Mientras detectan
la filtración y elevan la potencia pueden pasar horas y, por ende, abrir
una ventana al delito.
Hace
poco, cuando se encontró una antena de Claro, en un asentamiento humano cercano
al penal San Juan de Lurigancho, la empresa alegó que si salían llamadas desde
el interior del centro de reclusión era plena responsabilidad del INPE. Y que
no podían dejar sin comunicación a los barrios aledaños.
La
razón los asiste hasta cierto punto, en la medida que no atenten contra la
seguridad ciudadana. Y los vecinos, al
fin y al cabo, son los más perjudicados. En Cañete, hace menos de un mes, hubo
una protesta de pobladores incomunicados.
Si
eso sucede con un penal en una zona no urbana, ¿qué ocurriría con los que se
encuentran en la ciudad? Prisontec asegura que colocarían unos reflectores
detrás de las antenas para direccionarlas hacia adelante sin incomodar a nadie.
El jefe del INPE, Julio Magán, por su
parte, promete convocar una reunión con
las operadoras en el transcurso de agosto. “No puede ser posible que hagamos el
esfuerzo y nos coloquen una antena en las narices. El compromiso tiene que ser
de todos”. ¿Bastará solamente con el diálogo?
Intervención
prohibida
Rubén
-un sesentón robusto de buzo- saca de su billetera un trozo de cartón donde
tiene apuntados 19 números de familiares y amigos cercanos.
Sin
embargo es a su mamá Olga, una señora de más de ochenta años, a la que llama
todos los días. Antes gastaba 70 soles mensuales, con los nuevos teléfonos (89
en todo el centro carcelario) ahorra cerca de veinte soles. Las llamadas a
celular cuestan 22 céntimos, y a fijo 9 céntimos.
Al
implantar esta telefonía, donde los internos digitan su DNI y una clave, las
llamadas son registradas, y puede conocerse el número de destino. No obstante,
no pueden ser interceptadas. De repetirse los números -aunque alguna manera
encontrarán los delincuentes de sacarle la vuelta- se establecerían los nexos de las
bandas.
Para
Gino Costa, exministro del Interior, de todas formas, esta podría convertirse
en una falencia considerable. “No veo
por qué el sistema de escucha no pueda ser permanente, cuando el peligro está
allí, y también puede salir de un teléfono fijo. ¿Cuál es la diferencia si
bloqueas pero no ejerces ninguna fiscalización”.
Solo
con una orden de un juez para casos puntuales esto sería posible. De otra
forma, lamentablemente, sería inconstitucional.
Demoras
Actualmente
el Ministerio de Justicia y el INPE son
quienes se encargan de supervisar el funcionamiento del sistema. Para Fernández de Prisontec, Proinversión
debió nombrar a una empresa independiente.
“No
es su culpa. Hacen lo que pueden, pero no van a capacitarse en seis meses”,
señala. El INPE cuenta con un equipo de seguridad tecnológica de tan solo nueve
miembros. Son estos nueve miembros los que se dividen la supervisión y el
análisis de los estudios técnicos.
Sólo
con el visto bueno del INPE, Prisontec puede ingresar a las cárceles. En
teoría, este análisis no debería tardar más de tres semanas o un mes. En el
caso de Cañete la aprobación demoró cerca de tres meses.
Según
el cronograma las obras en los penales de Chincha, Trujillo y Chiclayo ya
deberían haber comenzado. Sin embargo, todavía están a la espera de la conformidad del estudio
técnico.
“Reconocemos
que demoramos mucho en Cañete, pero la experiencia nos va a hacer cada vez más
listos. La meta es concluir con 40 de los 67
centros de reclusión en julio de 2016”, dice Julio Magán, quien reconoce
que en la mayoría de casos el ingreso de los celulares a las cárceles se debe a
la corrupción de malos elementos de las
instituciones policiales y penitenciarias. “En lo que va del 2015 hemos
sancionado a 47 servidores”, agrega.
Mientras
tanto, los megaoperativos del INPE
continúan su marcha con una frecuencia mensual. En una semana el sistema de
bloqueos concluirá en el penal de Huaral, y en el del Callao dentro de un mes,
con los ajustes. Pero, ¿qué pasará cuando toque iniciar las obras en el de
Lurigancho, en diciembre ? ¿Permanecerá la antena de Claro? Es algo que debe
definirse ya.
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