Desde hace doce años una argentina guía a la
comunidad nikkei peruana hacia la sabiduría zen. Jisen Oshiro, la única Gran
Maestra del budismo en Sudamérica e integrante del Consejo Interreligioso
Peruano de la Unesco, reflexiona sobre la tecnología, el veganismo y el rol de
la mujer a propósito del Año Nuevo Lunar.
“Lo único verdadero es este momento. Aquí y
ahora”. La senséi Jisen Oshiro (70) sonríe, mientras este torpe reportero mete
las manos en los bolsillos y pone el celular en modo avión.
De inmediato, Jisen se coloca enfrente del
altar y comienza a golpear un cuenco de metal. Su discípulo la secunda, con una
madera ovalada tallada con figuras de peces llamada 'mokugyo'.
Lo que sigue es un canto largo que retumba el
dojo. Misterioso para la mente, cálido para el alma. A unos metros, un par de
sujetos en overall, contemplan la escena, con los ojos achinados y las cejas
levantadas. El templo Jionji, el más antiguo en Sudamérica, ubicado en San
Vicente, Cañete, en medio de una comisaría y un santuario católico, se está
pintando por sus 110 años, y Jisen ha creído conveniente practicar un mantra
evita catástrofes para bendecir su renovación.
En el altar, el Buda en posición de loto, los
'Ihai', unas tablas de madera con los nombres de los maestros de la escuela
Sotoshu a la que pertenece Jisen, y las cinco ofrendas: agua y té; velas
encendidas; flores; un cesto de panes (alimentos secos) y frutas (alimentos
húmedos); y el incienso que perfuma.
La ceremonia termina con tres reverencias.
En sus últimos días, Buda, el príncipe indio
que propagó sus enseñanzas por el Tíbet, China y Japón, 500 años antes de
Cristo, dijo: es necesario ser nuestra propia lámpara.
En marzo de 2005, Jisen Oshiro, pisó el Perú
para ocupar un vacío de mediados del siglo pasado. Salvo fugaces visitas
anuales, desde la Segunda Guerra Mundial, no hubo monje zen que asumiera una
misión oficial para la comunidad nikkei.
¿Las motivaciones de Jisen Oshiro? Sencillo:
Perú, el país donde comenzó el zen en Sudamérica, con la llegada del sacerdote
Taian Ueno en julio de 1903, estaba en tinieblas, y urgía de alguien capaz de
encender sus lámparas.
Aquí y ahora.
Recorrido con humor
Antes de ordenarse, Aurora Oshiro era una
argentina, porteña de Buenos Aires, descendiente de japoneses, que escribía
guiones y libretos para programas infantiles y, además, decoraba frías oficinas
empresariales con flores.
Tenía cuatro hijos, se había bautizado y
casado por la Iglesia. Sí, Aurora Oshiro era católica. Había recibido los
sacramentos, estudiado en un colegio de monjas, y cursado Comunicaciones en una
universidad jesuita.
De la casa para adentro, no obstante,
cultivaba las costumbres japonesas.
A los 49 años, en la mitad de la vida, la
fatalidad la punzó: su esposo, mayor por 25 años, falleció de un cáncer
maldito.
Su único hermano, monje budista, consciente
de que el zen es la vía más poderosa para transformar las raíces del
sufrimiento, regresó de Brasil y la dejó a cargo de su dojo, en Buenos Aires.
En los primeros seis meses, un hombre mayor,
con dolencias en las articulaciones, llamado Pascual Aquilino se había
entusiasmado de tal manera que prácticamente no se perdía ninguna meditación.
Se había convertido en su primer discípulo.
Al terminar el año estaba volando hacia el
Monasterio de Kumamoto, ubicado en una zona montañosa, en Kyushu, la tercera
isla más grande del Japón. Lo primero: afeitarse la cabeza, símbolo del
desapego y del olvido de lo más preciado.
Aurora se sintió libre sin el cabello castaño
que le cubría los hombros, y rizaba y pintaba cada sábado.
Sus brazos se acostumbraron a cortar leña,
cavar pozos y limpiar letrinas; y su mente, a levantarse a las tres de la
mañana para encontrarse con la luz. En medio de la oscuridad, prendía las velas
de todos los altares para que el maestro encendiera el incienso, y comenzara el
ejercicio permanente de conocerse en el silencio.
-Era famosa, porque jamás dormía en las
meditaciones. Me preguntaban: ¿Nunca está cansada? ¿Nunca duerme? Yo les
respondía: ¿se deja cuatro hijos para venir a dormir acá?
Diez años permaneció en el monasterio hasta
recibir, en el 2001, la transmisión del dharma de Saito Hokan Roshi (Perfume
que penetra), y empezar a llamarse Jisen (el que entra a meditar a la montaña
con compasión).
Inclusive, llegó a dirigir el Monasterio, un
dojo liderado históricamente por hombres, a pesar de ser extranjera y no hablar
el japonés fluidamente.
A poco de su regreso, el mayor de sus hijos
le pidió que lo ordenara. Así lo hizo. Hoy Senpo (Maestro del Dharma) es el
representante de la escuela Soto Zen en Argentina.
-¿Su formación católica no fue un problema en
el monasterio?
-Nunca lo fue. Un padre jesuita me dijo alguna vez que todas las religiones son como caminos de una misma montaña. Comienzan alejados, pero que a medida que uno asciende y evoluciona, se juntan.
Cada año la UNESCO lleva a cabo, en el Perú,
una reunión con su consejo interreligioso, con representantes de distintos
credos, como indica su nombre. Jisen Oshiro recuerda que los organizadores
suelen insistirle su presencia. La razón: es la única lideresa.
-A mí jamás me hicieron diferencias por mi condición de mujer. Si tienes la capacidad para ocupar el puesto, adelante. No hay distingos.
-Cosa que no ocurre en la Iglesia Católica...
-A ellas no las dejan consagrar ni oficiar la misa. Tampoco pueden ordenarse. No sé si lo hagan. Aunque estamos viviendo tiempos revolucionarios. Quién sabe.
-¿Y aquí no le fue complicado acoplarse?
-Supongo que la comunidad Nikkei esperaba un hombre, pero es lo que había.
Jisen se carcajea, enseñando los dientes. Lo
hará cientos de veces. En el budismo zen, el humor es una gracia para vencer el
drama. Reírse de uno mismo para desenganchar.
Cárceles de estos tiempos
Hace dos sábados, un centenar de personas
recibieron el Año Nuevo Lunar, echando a una hoguera papelitos con sus
'ignorancias' y escuchando 108 campanadas, en el Templo Jionji.
-Usted ha dicho que El Gallo es el año del
despertar, ¿veremos la luz y soltaremos los celulares por un rato?
-La gente se siente más conectada pero están solos. Uno ya no se conoce porque está todo el tiempo conectado con el otro, en los aparatos. Qué difícil aislarse de los pensamientos ahora. La información es buena, pero hay que saber manejarla.
-¿Ustedes tienen restricciones en su
alimentación?
-Ninguna. Dentro del monasterio, por supuesto. No comer carne. Pero fuera no, comemos lo que cultivamos y lo que nos donan.
-¿Y qué piensa de la ola de veganismo en el
mundo?
-Son cárceles, y el budismo quiere que uno sea libre y reciba lo que llega a la mesa sin discriminar. Además, hay un tufillo de superioridad en el veganismo. Yo soy mejor que tú, porque no como animales. Cuando las plantas también son vida. Todo es vida. Todo el universo nos sostiene.
Néstor Castilla, el primer novicio zen
peruano, limpia la sala antes de marcharnos. Se regresará por su cuenta al
templo de Miraflores haciendo honor a su investidura: Sengen ('El ermitaño de
lo indefinido').
Junto a Tenkai (ten es cielo y kai: mar),
paciente inquilino de un monasterio japonés desde octubre, son los dos
discípulos de Jisen Oshiro.
Reconocer a nuevos visitantes en la comunidad
zen no es muy difícil: la mayoría pregunta por la música, ha leído libros de
Deepak Chopra, y cierra los ojos para meditar.
Muchas lámparas apagadas que es preciso
ayudar a encender. (Renzo Gómez – La Republica)
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