Escribe:
María Elena Cornejo | Una veda innecesaria y la informalidad del sector
conspiran contra el crustáceo.
Un
mes atrás los cocineros Paul Perea de Salamanto, Arequipa, y el tacneño Giacomo
Bocchio de Wallqa convocaron a un conversatorio llamado La ignorancia mata al
camarón. El chryphiops
caementarius o camarón de río solo existe en la franja que va desde Pativilca
hasta Iquique en Chile. Las hembras desovan en el río, las larvas se
desarrollan al borde del mar y luego emprenden la subida a través de los ríos
Cañete, Ocoña, Tambo y Majes; de estos la mayor producción está en el Ocoña.
En
estado larvario el camarón es muy vulnerable, tanto que de 15,000 huevos
puestos por una sola hembra en su medio natural solo el 5% sobrevive, dice el
ingeniero pesquero Aníbal Verástegui cuya tesis de grado en la Universidad
Nacional Agraria La Molina fue precisamente sobre la reproducción inducida de
esta especie. Su vulnerabilidad aumenta cuando se despoja de su caparazón para
crecer y engordar. Para la pesca deben tener 7 cm como mínimo, algunos, cada
vez más escasos, pueden llegar a medir 45 cm.
¿El
camarón está en peligro de extinción? Está en alerta ámbar. La minería informal
que bota sus residuos tóxicos al río y la pesca indiscriminada le están
haciendo un daño irreparable.
El
camarón es depredador (desplazó al camarón de Malasia con el que alguna vez
quisieron criarlos en el mismo espacio) y carroñero, se alimenta de materia
vegetal, restos de peces y todo lo que encuentra en el río, incluso podría
estar acumulando mercurio, veneno que la minería vierte a las aguas y se aloja
en algas y zooplancton.
¿La
veda es la solución? Para el biólogo Edwin Bocardo de la Universidad Nacional
San Agustín de Arequipa la veda es innecesaria y no está bien ubicada. “Es
buena para los camaroneros pero mala para el crustáceo porque está en plena de
etapa de crecimiento”. Complementa Verástegui, quien opina que lo fundamental
es el manejo adecuado de cuencas para evitar el deterioro de los recursos
hídricos y terminar de desarrollar la tecnología de reproducción inducida. “¡Un
gran negocio!”, advierte. “Es un mito que el camarón tiene que desovar en el
mar. Se pueden crear áreas salobres artificialmente y dejar que el camarón
migre en un espacio controlado”.
La
única manera de proteger a la especie es conociéndola e investigar si las
técnicas de repoblamiento y engorde del langostino que nuestros vecinos
ecuatorianos llevan con éxito en granjas pueden replicarse acá.
En
algunas cuencas hay mayor población camaronera pero de menor tamaño. Lo
comprobé primero en el Mercado San Camilo y luego en un restaurante donde me
sirvieron unos camarones flacos y esmirriados que apenas si cumplían con el
tamaño oficial. En realidad, eran camaronas porque no tenían tocolas (o enormes
‘pinzas articuladas’ tal como lo describió Mario Vargas Llosa) vistosa
característica de los machos que no aporta tanto sabor cuanto presencia en el
plato.
De
veras, el camarón está en peligro de extinción porque el recurso hídrico y las
prácticas de manejo presentan problemas. Sin camarón, el Perú ya no sería “un
cocinero sentado en una olla de chupe de camarones”, según sabio decir de Raúl
Vargas. Es momento entonces que lo tomemos en serio. Muy en serio. (Caretas)
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