A
diario elabora tres ollas de mazamorra morada y utiliza 150 litros de chicha.
Pero también aprendió a preparar ricos postres como arroz con leche, sanguito,
calabaza y dulce de sémola. Una técnica penitenciaria le enseñó todo lo que
ahora sabe.
Luisa
Villalobos, de 47 años, es abuela de tres niños que viven en Cañete, pero
confiesa que la menor, de 4 meses, es la única que transforma su rostro y la
hace sonreír para olvidar la soledad del encierro.
“Ya
no recibo la visita de mi hija, de 25 años, y mi hijo, de 22. Viven muy lejos y
es difícil que vengan al penal”, cuenta. En su ambiente de reclusión ubicado en
un segundo piso, ella revisa las fotos de todos sus seres queridos sobre el
colchón de su camarote.
A
la abuela Luisa la detuvieron por hurto agravado. “Yo cometí el error de
quedarme callada en un hecho que cometieron otras dos personas. Creo que me
equivoqué y me condenaron a cuatro años de prisión”, confiesa, arrepentida.
Ya
hizo sus cálculos y pronto armará su expediente para salir de la cárcel. Pero
aún está pensando lo que hará con su futuro, ya que una amiga le ha propuesto
trabajar cerca a la plaza de Armas de Cañete para vender anticuchos, arroz con
pato y carapulcra.
“Si
van a San Vicente de Cañete me podrán encontrar, pues allá todos me conocen”,
nos invita la robusta morena. Hoy ya cuenta con un oficio que la ayudará a
reinsertarse en la sociedad. (Rolando Donayre Ríos)
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