Por: José Alejandro Dulanto Santini.
Algo debe tener mi apariencia física, pero desde muy niño he sido perseguido por las chicas. El perfil griego que tengo se lo debo a la combinación perfecta de la pinta de mi padre y de la hermosura de mi madre, la cual en cierta época fue reina de Cañete. Y ese perfil griego siempre fue apetecido por las féminas que se cruzaron por mi camino a lo largo de mi vida. Hasta ahora. Ellas insistentes y yo débil de corazón, así que muchas veces he cedido a sus requerimientos amorosos. Como puedo negarme a hacer feliz a esas gráciles criaturas. Aunque, debo ser sincero, algunas veces me rehusé olímpicamente, como aquella vez de 1978, cuando una adolescente que estaba terminando sus estudios en Santa Rita de Casia; y cuyo nombre no voy a decir porque no es de caballeros decirlo; se acercó donde mi mamá y le dijo: ¡Señora, yo quiero que su hijo, ese flaco, sea mi pareja de promoción! Mi madre la miró con compasión, como pensando “que tiene esta chiflada”, y le respondió: “pero hija, mi Pepe no tiene terno”. “Eso ya lo sé”, respondió la flaca, “pero mi papá me ha dicho que si acepta le va a comprar un terno”, continuó. Entonces mi progenitora, olvidándose de su orgullo, le dijo a esa niña que mi problema no era solamente que yo no tenía terno, sino que tampoco tenía corbata, camisa, zapatos, correa, bibidí, medias, pañuelo ni calzoncillo.”Que, ¿ni calzoncillo tiene?”, se asombró la adolescente. Dicho esto ella se alejó apesadumbrada al haberse enterado de lo misio que yo era. Pero no se dio por vencida. Al día siguiente regresó y con toda presteza le espetó a mi madre: “Señora, ya, que su hijo, ese flaco, se vaya preparando, porque va a ser mi pareja de promoción. Mi papá le va a comprar el terno, la camisa, la corbata, los zapatos, el pañuelo, las media y hasta los calzoncillos”. Mi mamá se dirigió a mi cuarto, lugar donde yo estaba echado en la cama leyendo una revista de Pato Donald, y me comunicó la oferta. “¿Qué?”, le respondí malhumorado, “¿tu crees que yo soy un prostituto?”.
Cuatro años más tarde me prostituí.
Año 1982 en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y para variar estaba misio. Claro que como consuelo les contaré que los misios éramos varios de los que estudiábamos en el turno noche. Cierta vez se me acercó mi amigo Lito y me propuso ir la noche del viernes siguiente a Miraflores, a que nos levantarán tías. “Pagan bien cuñao”, me dijo. Al escuchar esa propuesta sentí un poco de resquemor por tener que ofertar mi cuerpo, pero en fin como estaba misio y la necesidad apremia acepté. El viernes indicado nos fuimos Omar, Lito y yo a Miraflores. Íbamos vestidos con ropa de batalla, es decir con polo, jeans con hueco en la rodilla (los huecos de mi jean eran naturales por lo gastados que se encontraban) y zapatillas. Nos colocamos en la esquina de Larco y Shell a esperar que llegaran clientas. Para atraerlas Omar tomó una pose de Dandy agarrándose el mentón. Lito, que tenía mucho vello en el pecho y no había ido con polo sino con guayabera, exhibía orgulloso su anatomía simiesca. Yo, con mis libros en la mano; al igual que hacen las prostitutas con su bolso en brazos; caminaba de una esquina a otra, a ver que fémina se atrevía. Hasta que una se atrevió. Un Dodge del año se paró a mi costado y me invitó: “flaquito ven”, todo sonso dije “¿Quién yo?”. “Si papito”, respondió. La puerta del copiloto del auto se abrió y subí a ese lujoso vehículo. A mi costado, en el timón, encontré a la mujer más hermosa que hasta entonces había conocido. Una fina señora de unos cuarenta y ocho años de edad (ojo yo tenía entonces 22 años), de ascendencia germana, ojos verdes y pelo castaño que olía a diosa.
No me llevó a la Costa Verde, ni a un hotel (los hostales en ese entonces aún no existían, salvo el cinco y medio). La bandida me llevó…a su casa, allá por San Antonio. Entramos por la puerta principal, nos abrió el mayordomo y a la sirvienta le ordenó que llevara una botella de whisky, hielo y vasos a su dormitorio. Apenas nos encontramos solos en su habitación, con todas las luces prendidas y ya el licor en la bandeja, Brenda, que era como se llamaba, se desvistió y me mostró toda su anatomía. “Asu, que cuerpazo, y es todo para mi”, pensé y me arrojé sobre ella. Y pan, pen, pin, pon, pun. “ah, ah, ah”. Quince minutos salvajes. Ella que se levanta y me sirve dos dedos de whisky on the rock. Por si acaso, dos dedos verticales. “Toma, bebe esto papito, para que te recuperes”, dijo. Luego: “Pepe, que extraordinario que eres”. “Eres especial para hacer el amor” “No te faltarán amigas”.
Yo: “Y tu, ¿dónde está tu marido?”.
Ella: “En un viaje de trabajo a Miami con la puta de su secretaria!. “Ah, entonces lo tiene bien merecido”, pensé. “¿Qué perfume usas Brenda que hueles tan rico?” “Es Charles de Revlon” aseguró.
Y luego, otra vez, pan, pen, pin, pon, pun, quince minutos más. “ah, ah, ah”.Otro vasazo de whisky on the rock para que me recupere, y luego doscientos dólares de los Estados Unidos de Norteamérica. Allí sí que me recuperé. Nos bañamos, nos vestimos y salimos. Cuando bajé a la sala, y mientras ella le daba instrucciones al mayordomo, se me acercó la sirvienta y me entregó un papelito, al tiempo que rauda me acarició el mentón para luego alejarse mientras me daba una sonrisa cómplice. Leí el papelito: “me llamo Alejandra, salgo el domingo a las nueve de la mañana, espérame en la esquina de la Tiendecita Blanca”.
Brenda me regresó a la Avenida Larco, y mientras retornábamos me pidió que todos los viernes la esperara allí. “te voy a recomendar con mis amigas”.Cuando llegué a Larco con Shell mi amigo Omar aún estaba en pose de Adonis y mi amigo Lito todavía seguía exhibiendo su frondoso vello en pecho. Ninguna tía se los había levantado. Esa noche a mi me volvieron a levantar.
La segunda fue la mujer de un embajador europeo. Esta vez hasta el cinco y medio, sin whisky on the rock, sólo Cuba Libre, pero siempre los doscientos dólares. Como mis compañeros de estudio no habían tenido suerte les entregué a cada uno de ellos cincuenta dólares, con otros cincuenta dólares nos fuimos a chupar y a comer, y yo me embolsillé doscientos cincuenta que me alcanzaron para vivir tres meses.
Sí señores, fui prostituto, vendí mi cuerpo, pero nunca mi conciencia. Total bañándome borre las huellas de ese comercio carnal. Pero los que venden su conciencia nunca podrán limpiarse. Allá aquellos que se venden a lobbys que benefician a unas empresas en detrimento de otras, a trasnacionales que atentan contra los derechos de los trabajadores, a universidades que los premian con pasajes a París y con doctorados Honoris Causa aunque no sepan ni un ápice de filosofía.
No viví otro viernes sangriento en Miraflores. Nunca más regresé a la esquina de Larco con Shell. No sé si Brenda me volvió a buscar o si me recomendó a sus amigas. ¿Qué habrá sido de ella?. En cuanto a Alejandra, a ella sí la esperé el domingo siguiente en la Tiendecita Blanca, pero eso ya es otra historia.
Algo debe tener mi apariencia física, pero desde muy niño he sido perseguido por las chicas. El perfil griego que tengo se lo debo a la combinación perfecta de la pinta de mi padre y de la hermosura de mi madre, la cual en cierta época fue reina de Cañete. Y ese perfil griego siempre fue apetecido por las féminas que se cruzaron por mi camino a lo largo de mi vida. Hasta ahora. Ellas insistentes y yo débil de corazón, así que muchas veces he cedido a sus requerimientos amorosos. Como puedo negarme a hacer feliz a esas gráciles criaturas. Aunque, debo ser sincero, algunas veces me rehusé olímpicamente, como aquella vez de 1978, cuando una adolescente que estaba terminando sus estudios en Santa Rita de Casia; y cuyo nombre no voy a decir porque no es de caballeros decirlo; se acercó donde mi mamá y le dijo: ¡Señora, yo quiero que su hijo, ese flaco, sea mi pareja de promoción! Mi madre la miró con compasión, como pensando “que tiene esta chiflada”, y le respondió: “pero hija, mi Pepe no tiene terno”. “Eso ya lo sé”, respondió la flaca, “pero mi papá me ha dicho que si acepta le va a comprar un terno”, continuó. Entonces mi progenitora, olvidándose de su orgullo, le dijo a esa niña que mi problema no era solamente que yo no tenía terno, sino que tampoco tenía corbata, camisa, zapatos, correa, bibidí, medias, pañuelo ni calzoncillo.”Que, ¿ni calzoncillo tiene?”, se asombró la adolescente. Dicho esto ella se alejó apesadumbrada al haberse enterado de lo misio que yo era. Pero no se dio por vencida. Al día siguiente regresó y con toda presteza le espetó a mi madre: “Señora, ya, que su hijo, ese flaco, se vaya preparando, porque va a ser mi pareja de promoción. Mi papá le va a comprar el terno, la camisa, la corbata, los zapatos, el pañuelo, las media y hasta los calzoncillos”. Mi mamá se dirigió a mi cuarto, lugar donde yo estaba echado en la cama leyendo una revista de Pato Donald, y me comunicó la oferta. “¿Qué?”, le respondí malhumorado, “¿tu crees que yo soy un prostituto?”.
Cuatro años más tarde me prostituí.
Año 1982 en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y para variar estaba misio. Claro que como consuelo les contaré que los misios éramos varios de los que estudiábamos en el turno noche. Cierta vez se me acercó mi amigo Lito y me propuso ir la noche del viernes siguiente a Miraflores, a que nos levantarán tías. “Pagan bien cuñao”, me dijo. Al escuchar esa propuesta sentí un poco de resquemor por tener que ofertar mi cuerpo, pero en fin como estaba misio y la necesidad apremia acepté. El viernes indicado nos fuimos Omar, Lito y yo a Miraflores. Íbamos vestidos con ropa de batalla, es decir con polo, jeans con hueco en la rodilla (los huecos de mi jean eran naturales por lo gastados que se encontraban) y zapatillas. Nos colocamos en la esquina de Larco y Shell a esperar que llegaran clientas. Para atraerlas Omar tomó una pose de Dandy agarrándose el mentón. Lito, que tenía mucho vello en el pecho y no había ido con polo sino con guayabera, exhibía orgulloso su anatomía simiesca. Yo, con mis libros en la mano; al igual que hacen las prostitutas con su bolso en brazos; caminaba de una esquina a otra, a ver que fémina se atrevía. Hasta que una se atrevió. Un Dodge del año se paró a mi costado y me invitó: “flaquito ven”, todo sonso dije “¿Quién yo?”. “Si papito”, respondió. La puerta del copiloto del auto se abrió y subí a ese lujoso vehículo. A mi costado, en el timón, encontré a la mujer más hermosa que hasta entonces había conocido. Una fina señora de unos cuarenta y ocho años de edad (ojo yo tenía entonces 22 años), de ascendencia germana, ojos verdes y pelo castaño que olía a diosa.
No me llevó a la Costa Verde, ni a un hotel (los hostales en ese entonces aún no existían, salvo el cinco y medio). La bandida me llevó…a su casa, allá por San Antonio. Entramos por la puerta principal, nos abrió el mayordomo y a la sirvienta le ordenó que llevara una botella de whisky, hielo y vasos a su dormitorio. Apenas nos encontramos solos en su habitación, con todas las luces prendidas y ya el licor en la bandeja, Brenda, que era como se llamaba, se desvistió y me mostró toda su anatomía. “Asu, que cuerpazo, y es todo para mi”, pensé y me arrojé sobre ella. Y pan, pen, pin, pon, pun. “ah, ah, ah”. Quince minutos salvajes. Ella que se levanta y me sirve dos dedos de whisky on the rock. Por si acaso, dos dedos verticales. “Toma, bebe esto papito, para que te recuperes”, dijo. Luego: “Pepe, que extraordinario que eres”. “Eres especial para hacer el amor” “No te faltarán amigas”.
Yo: “Y tu, ¿dónde está tu marido?”.
Ella: “En un viaje de trabajo a Miami con la puta de su secretaria!. “Ah, entonces lo tiene bien merecido”, pensé. “¿Qué perfume usas Brenda que hueles tan rico?” “Es Charles de Revlon” aseguró.
Y luego, otra vez, pan, pen, pin, pon, pun, quince minutos más. “ah, ah, ah”.Otro vasazo de whisky on the rock para que me recupere, y luego doscientos dólares de los Estados Unidos de Norteamérica. Allí sí que me recuperé. Nos bañamos, nos vestimos y salimos. Cuando bajé a la sala, y mientras ella le daba instrucciones al mayordomo, se me acercó la sirvienta y me entregó un papelito, al tiempo que rauda me acarició el mentón para luego alejarse mientras me daba una sonrisa cómplice. Leí el papelito: “me llamo Alejandra, salgo el domingo a las nueve de la mañana, espérame en la esquina de la Tiendecita Blanca”.
Brenda me regresó a la Avenida Larco, y mientras retornábamos me pidió que todos los viernes la esperara allí. “te voy a recomendar con mis amigas”.Cuando llegué a Larco con Shell mi amigo Omar aún estaba en pose de Adonis y mi amigo Lito todavía seguía exhibiendo su frondoso vello en pecho. Ninguna tía se los había levantado. Esa noche a mi me volvieron a levantar.
La segunda fue la mujer de un embajador europeo. Esta vez hasta el cinco y medio, sin whisky on the rock, sólo Cuba Libre, pero siempre los doscientos dólares. Como mis compañeros de estudio no habían tenido suerte les entregué a cada uno de ellos cincuenta dólares, con otros cincuenta dólares nos fuimos a chupar y a comer, y yo me embolsillé doscientos cincuenta que me alcanzaron para vivir tres meses.
Sí señores, fui prostituto, vendí mi cuerpo, pero nunca mi conciencia. Total bañándome borre las huellas de ese comercio carnal. Pero los que venden su conciencia nunca podrán limpiarse. Allá aquellos que se venden a lobbys que benefician a unas empresas en detrimento de otras, a trasnacionales que atentan contra los derechos de los trabajadores, a universidades que los premian con pasajes a París y con doctorados Honoris Causa aunque no sepan ni un ápice de filosofía.
No viví otro viernes sangriento en Miraflores. Nunca más regresé a la esquina de Larco con Shell. No sé si Brenda me volvió a buscar o si me recomendó a sus amigas. ¿Qué habrá sido de ella?. En cuanto a Alejandra, a ella sí la esperé el domingo siguiente en la Tiendecita Blanca, pero eso ya es otra historia.
Comentarios
para toda la Vida....amén.