Esta vez el título del post no lo saco de la tira, sino para continuar y terminar el relato del miércoles pasado.Sangre en la arena. Un lindo título, pero lo que me pasaba iba por otro lado. La noche del 12 de septiembre me dejó un sabor a sangre en la mente. Estaba preocupado, aunque no me lo dijera ni a mí mismo. Había vuelto a brotarme sangre de la nariz un par de veces más. Fui a un prestigioso médico general, internista creo que le llaman, que me hizo muchas preguntas y pidió varias pruebas. Le parecía que lo mío era algo externo, pero había que descartar porque puede que no sea algo grave pero un sangrado siempre es importante. Ah, ya, le dije. No me hice ninguna prueba, estaba lleno de quehaceres por el viaje que haría a Alemania.
Un nuevo sangrado me empujó a buscar a un otorrino laringólogo. Este médico dijo que era algo externo, que había que cauterizar, pero no ese día, y que mientras tanto tomase tales y cuales pastillas. Cuando fui para la cauterización, salió con un nuevo diagnóstico: Que yo tenía el tabique muy desviado, que respiraba mal y cualquier cauterización sería inútil porque por la desviación del tabique y el esfuerzo para respirar volvería a producir una rotura de las pequeñas venas. Várices nasal, soltó por allí y yo pensé en las piernas gordas y con hinchazones moradas en las piernas de algunas señoras gordas de mi infancia. El médico planteó una operación, dijo que no me costaría mucho, unos 600 soles nomás (ah, ya, le dije) y unos pocos días de recuperación. Ml viaje a Alemania estaba muy cerca, quedamos en que a la vuelta. ¿A la vuelta? Ni cojudo. Me había fijado en sus zapatos de color claro y punta levantada, sin lustrar, y no me había dado confianza. Me recomendó que me pusiera un algodón con agua oxigenada si me volvía a sangrar.
En el siguiente sangrado, con gran confianza metí el algodón con agua oxigenada dentro de la fosa nasal y fue cada vez peor, los tarugos de algodón salían una tras otro teñidos de un rojo que ya quisieran en Pompeya. Sólo cuando dejé el agua oxigenada y sólo puse algodón a secas (literalmente) comenzó a cicatrizar. Busqué a un médico de mi confianza, que no era de la especialidad pero se acercaba, un neumólogo. Este pata es un capo. Descartó la operación con una sonrisa, también le pareció algo externo, no veía mayor desviación en mi tabique y por otra parte quién no ha recibido un golpe en la nariz de niño que le desviase un poquitín el tabique. Si vuelve a sangrar, sólo ponte un algodón y no lo saques hasta bastante después. Pueden ser horas, no pasa nada, ni tienes que ir con la cabeza levantada. Al sacarlo, hazlo con cuidado, como si desentornillases suavemente. También me recetó alguna pastilla, pero no soy como el Negro Flores o Toño Cisneros que se acuerdan de todas las cosas médicas, yo siempre las olvido.
Viajé a Europa con mi algodón en el bolso de mano. Pensé en la presión del avión, a miles de pies sobre la superficie, pero no pasó nada. Primera parte, aprobado. Mas, al día siguiente en Madrid, alojado en casa de Carlos Giménez, cuando fui a afeitarme, zas, sangre en el lavatorio, no unas gotas sino un chorrito imparable. ¿Dónde estaba mi algodón? En el bolso, en el cuarto, y yo estaba calato y sangrando en el baño blanquísimo. Controlé la situación cón un papel higiénico y cuando cicatrizó la fuente, limpié con cuidado toda huella de sangre. Pero no la de la mente.
(Hasta la tercera y última entrega de esta zaga).
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