
Por: Gregorio Martínez
Manuel, nunca Emmanuel y menos Jesús o Cristo, es el nombre en arameo
del Hijo de Dios. Por eso, en los pueblos del Perú al Redentor bebé se le
nombra Niño Manuelito. Sin apellido porque la civilización occidental jamás
supo de nombre de familia.
Así como el fideo o la pólvora, el apellido es invento chino. Los
europeos empezaron a usar apellido recién en el siglo XV, después de los viajes
de Marco Polo. Antes, en Europa, todos, nobles y siervos, llevaban únicamente
nombre y apodo. Juan Corcovado, Pedro Chueco, María la Bisoja, Juana la Loca,
Fernando Matamoros, Alfonso el Sabio.
Por supuesto, el Mesías hablaba solo arameo y ni pizca de hebreo. No
nació sabiendo como fantasea el catecismo. Debido a su condición social, el
Nazareno era analfabeto. No conocía ni el alfa ni el aleph. Cabeza de toro
mocho la primera, falo y cojones la segunda, esa letra que tanto encandilaba a
Jorge Luis Borges.
Una sola vez en su vida, el Hijo de Dios escribió con un dedo sobre la
arena del Mar de Galilea. Con dos trazos dibujó un pez. Exactamente el mismo
peje Bonifacio que aparece en la carátula del poemario de Antonio Cisneros,
Libro de Dios y de los húngaros.
Como el Nazareno ignoraba el latín, en ningún momento podría entender
si alguien lo llamaba Jesús. Jesús es la traducción al latín del vocablo hebreo
“mesías”.
Cuando la Biblioteca de Alejandría manifestó que deseaba traducir al
griego los rollos de la Biblia, las 12 tribus de Israel enviaron a Alejandría
72 sabios, a lomo de camello, 6 por cada tribu, para que en 72 días clavados
les dictaran el Antiguo Testamento a los escribas judíos que dominaban el
griego. Digo rollos porque aún no existía ese portento llamado “libro” que
recién lo inventaron, en el siglo VIII, los monjes benedictinos del convento de
Monte Casino, Italia.
Así nació la famosa Septuaginta. Desde entonces el griego es parte de la
escritura sagrada y el vocablo “mesías”, que ya había dado Jesús en latín, fue
traducido como Cristo en griego. Mesías, Cristo y Jesús significan lo mismo:
líder.
En el mito Adaneva que el antropólogo Alejandro Ortiz Rescaniere
recogió en la comunidad de Vicos, Carhuaz, en 1963, de boca del campesino Juan
Caleto, los comuneros se refieren a un Creador, Taita Mañuco, que hace caminar
a las piedras a latigazos. Así reaparece, en un poblado indígena, el zurriago
con el cual el Nazareno expulsó a los mercaderes que habían envilecido el
templo.
En el Perú hay una vieja tradición de llamarle Manuel al Hijo de Dios.
Y en Navidad se usaba solo Niño Manuelito para referirse al bebé de la Virgen
María. Además, a la bebida navideña, que era un refresco u horchata, no un
candente chocolate, se le denominaba “los orines del Niño”.
Aun la corriente marina El Niño fue nominada así por el Niño Manuelito.
Ocurrió cuando los pescadores de Paita advirtieron que cerca a la Navidad, en
determinados años, llegaba desde el Golfo de Guayaquil un flujo de agua
caliente que ahuyentaba a los pejes hacia el sur, hacia la fría Corriente de
Humboldt. Ese errático flujo de agua caliente fue bautizado por los pescadores
como El Niño, en alusión a los meados tibios del bebé de Belén.
Entre los numerosos Niño Manuelito que hay en el Perú, el que se lleva
la bandera es el Señor de Cachuy. Bien paradito y vestido de frac, dicho Niño
Manuelito es tratado así, de señor, Señor de Cachuy. Cachuy está ubicado en la
orilla izquierda del río Cañete, más arriba de Lunahuaná, ya en la jurisdicción
de Yauyos. Cachuy es un pueblo tan hermoso que tiene su propio cielo que casi
se puede tocar con las manos.
Sospecho que por influencia del editor yauyino Martín Quintana Chaupín,
seductor redomado, el Señor de Cachuy ha ganado fama de aliado infalible de los
enamorados, hombres y mujeres. El solicitante de la gracia debe presentarle al
Señor de Cachuy la fotografía del amor deseado. Martín Quintana sugiere que se
muestre también una prenda Victoria Secret o una Jockey, así el Señor de Cachuy
no dudará que se quiere consumar los hechos. El Niño Manuelito nunca falla.
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