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Adolescentes y
otros que recién estrenan la mayoría de edad
toman hasta las 6 de la mañana en
diferentes locales públicos de Asia.
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La crónica de una noche de juerga interminable en el
Boulevard de Asia. Alcohol, drogas y accidentes en el kilómetro donde prima la
inconsciencia.
La noche va a ser larga. Luego de un cabeceo obligatorio
y la respectiva preparación mental y física necesaria antes de enfrentar una
noche de rumba y desenfreno en el sur de la ciudad, enrumbo a la impredecible
carretera Panamericana Sur que me llevará a mi destino: el Boulevard de Asia.
Solo pasadas las doce de la noche, cinco muy arreglados y bisoños jóvenes ya
habían estampado su camioneta negra contra el guardarraíl. de su izquierda, y
golpeados e inestables, caminaban en fila india hacia la aparatosa ambulancia
que los esperaba a unos metros del desastre. Alegaron solo haber perdido el control
del automóvil, sin trago de por medio. Esta vez, fue solo el susto.
Kilómetro 97.5, una y media de la mañana, llego al
pequeño mundo del fin de semana de la elite de la sociedad. A una ciudad
comprimida que incluye los exquisitos gustos de la aristocracia limeña. Ahí
donde familias enteras de blancos recorren perfectos y señalizados suelos
asfaltados en búsqueda de la vajilla adecuada para el salmón a la parrilla que
prepararán en la noche en Casa & Ideas, la falda más corta y de moda estilo
animal print para la juerga en Joia o una parada de último minuto en la tienda
de Claro porque el WhatsApp del Blackberry se colgó y ahora cómo me comunico
más tarde. Ah, es que en el exclusivo Boulevard de Asia mancó el que no tiene
celular porque el único teléfono público que hay está malogrado. Después de
todo, siempre nos quedará el BB chat.
Meneando melenas que aún queman por el paso de la plancha
de pelo y al ritmo de pasos inseguros a una distancia de taco nueve del piso
empedrado, aparecen las féminas uniformadas y cuidadosamente maquilladas para
estar irreconocibles en esta noche que recién comienza. Los previos se inician
en sus casas, según dicen, desde las 9 de la noche. La carta: interminables
vasos de whisky, vodka, unos chilcanos y, si hay tiempo, un bocadito luego en
el Fridays del boulevard. No falta, en algunos, el éxtasis y cigarros de
marihuana frente a la playa. Cuando el alcohol y demás empiezan a hacer sus
efectos distorsionadores en mente y cuerpo, llámesele criollamente ‘estar
picado’, empieza la fiesta.
Chela y Blackberry en mano, caminan atolondradas hasta el
triángulo de las discotecas más codiciadas de la noche, Joia, Stereo y Rock
Bar, en donde se quedarán un promedio de media hora o más despolvando sus
mejores artificios para poder entrar. Porque ahí solo entra el que es amigo del
vip, la que tuvo suerte y un promotor le regaló un brazalete o la que está en
la lista de alguno de los socios. Ojo, también vale coimear al vip, pero no
siempre trae buenos resultados. Pero, al final y como ya sabemos todos,
contactito manda.
Manadas de chicas y chicos desde los 14 hasta los 30 años
forman una barrera alrededor de las discotecas y a la voz de “¡ya está todo el
mundo!”, secan rápidamente sus últimos sorbos de cerveza, hacen sus últimas
coordinaciones y empiezan a entrar. Son las dos y media de la mañana. Primera
parada: Stereo. Recurriendo al empujón, ya que pedir permiso es una pérdida de
tiempo, logro introducirme en una jungla de meneos en shorts y tacos, quemadas
de cigarro y un olor a Jagermeister, Jager para los amigos, con Red Bull
fundido en el ambiente del bailecito hasta que toque el hueso. O el piso.
Cuando el tránsito perpetuo empieza a aburrir a las chicas “bien sazonaditas”,
como diría uno de los vips, después de tomar vasos de cuba libre y whisky puro
sin parar, se van a seguir con el recorrido nocturno. No sin antes hacer una
parada previa en el zaguán del local y sentarse en la oscuridad de las
escaleras, espacio exclusivo en donde los blackberry dependientes se hipnotizan
con su mensajería instantánea. Segunda parada: Joia. Al ritmo de “Sin
compromiso, solo baila hasta el piso”, cual si fuera el himno de la noche,
whisky on the rocks, chilcanos y marihuana vienen y van, y las chicas bailan
descontroladas en donde las agarre la canción. Donde hay trago, están, y donde
hay foto, también. Qué sería de estas chicas entaconadas sin las barandas de
las escaleras.
Tercera parada, y espero última, Rock bar. Cuatro de la
madrugada. No necesité avanzar más que la primera zona para que una chica
mareada termine expulsando todo lo que tomó y comió en la noche al lado mío.
Agarrada de los vips, casi inconsciente, se la llevan afuera entre burlas y
ataques de risa de otras mujeres que, frente al espejo de la discoteca, se
retocaban las máscaras de maquillaje en la cara. Chicas que vomitan en los
baños son objeto de burla de sus propias amigas que solo atinan a amarrarles el
pelo. Y que siga la fiesta.
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