Escribe: Luis Roberto Pérez
Manrique
Estudiante de Ciencias de la
Comunicación de la Universidad Nacional “San Luis Gonzaga” de Ica
El gran escenario de todas las
sangres, refleja la fertilidad de su suelo con el espíritu mestizo de su gente,
con un sentido diferente al criollismo. Un pueblo buscador de su identidad,
marcados en espacios que fueron sellados por personajes que por amor y pasión,
decidieron agregar su arte de color en cada repique 'De Cajón'. Ahí en los
místicos corralones de San Luis de Cañete, cargados del alimento espiritual de
quienes caminaron sobre el; crecieron, jugaron y exprimieron su talento dos
grandes maestros del Cajón Peruano.
Desde donde se mire, San Luis
es 'el verdadero templo cultural del valle' que cobijó entre sus cañaverales y
algodonales, a diversos grupos étnicos; tales como afrodescendiente, chino,
japonés y andino. En el presente, sigue siendo una urbe migrante
'indoblanquinegros, blanquinegrindios y negrindoblancos', que trabaja día a día
por su progreso, cuya raíz de su cultura
crece al ritmo del bongo, cajón y arpa. Un espacio de símbolos populares y
expresiones costumbristas que enriquecen el multiculturismo de la tierra de los
Hijos del Sol.
'De Cajón' titulo este espacio
para recordar a quien nuestra emblemática Chabuca Granda llamaba 'Hijo' y que
al son de su cajón, un toro rumbambero cantó; “CAITRO SOTO DE LA COLINA:
Recopilador del Toro Mata” y también al Maestro de Maestros, “RONALDO CAMPOS DE
LA COLINA: Fundador de Perú Negro”.
CAITRO SOTO Y SU TORO
RUMBAMBERO LLEGÓ
En 1934, un 23 de octubre
nacería en esta tierra, uno de los primeros exponentes de la música negra del
país. Pedro Carlos Soto de la Colina, conocido por todos como 'Caitro Soto',
fue uno de los ochos hijos de Francisco Soto y Benedicta de la Colina (Abuela
de Pepe Vásquez y Octavio Lara). El florecer de sus días, se dio en un hogar
humilde sostenido por sus progenitores. En 1941 la desgracia visitó a uno de
los principales motores de la Familia Soto de la Colina. Caitro ante la muerte
de su padre, se vio obligado a dejar sus estudios primarios y junto a su
legado, quemó sudor cantando en los campos de las Haciendas. A sus catorce
años, al comprender que hacer su vida no sólo estaría ligado a trabajar sobre
los campos, decidió viajar a Lima junto a sus hermanos mayores en la búsqueda
de un mejor futuro social y económico. En sus inicios en la capital ganaba
cincuenta soles semanales, una cifra sumamente superior al que ganaba su madre
en Cañete y que doblaba, triplicaba y cuadruplicaba el jornal semanal de los
que trabajan en el campo.
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