Se van a cumplir doce años
desde que nacimos como una región. Desde
el principio fuimos y (probablemente siempre seremos) una región sui géneris.
Nacimos por la voluntad popular, expresión tranquila de que a veces la
democracia funciona a fuerza de
movilizaciones. Somos también una región sin nombre. ¿Limaprovincianos?
¿Provincianos de Lima? ¿Qué somos?.
Podemos ser, lo que el libro
de Robert Kaplan llama una “venganza de la geografía”. Una región atravesada
como un cuchillo por Lima, la capital; y por lo tanto bipolar. Con dos ejes
comerciales, culturales y económicos claros, Huacho en el norte y Cañete en el
sur. Alguna vez De Gaulle le señaló a Nasser que Egipto tendría siempre una
política árabe y una africana. Casi del mismo modo, nuestra región está
condenada a tener dos políticas; la del sur que abarca además de Cañete a Yauyos y Huarochirí y la del norte a Huaural, Barranca,
Cajatambo, Oyón y por supuesto a Huaura.
Nuestro territorio tiene una
extensión de 32.126,44kilómetros
cuadrados, o un 2.5% del territorio de la república. Si se quiere poner en
perspectiva somos casi del mismo tamaño que Taiwán, un tigre del Asia. Nuestra
población es de 861. 985 habitantes. 27 personas por kilómetro cuadrado. La
tasa de analfabetismo es baja con respecto al promedio nacional; solo un 4.7%.
Pero somos también sierra y ésta concentra (como en otras regiones) la mayor cantidad de pobreza y pobreza
extrema; Cajatambo, Yauyos y Oyón superan el 30% y 8% respectivamente.
¿Cuáles son las oportunidades
para convertirnos en una región próspera, donde el crecimiento se traduzca en
desarrollo? La primera probablemente sea Lima como capital, nuestra cercanía
nos da una ventaja comparativa frente a otras regiones. Y Lima es ya la primera ciudad que tiene una clase media
emergente, nueva, (chola si se quiere) y
pujante que demanda servicios cada vez más caros y eficientes. Por lo
tanto el turismo es otra gran oportunidad. La tercera es que somos una región
joven. El 37% de nuestra población está entre 19 – 25 años, lo que nos da un
bono demográfico para el sector productivo. La tercera es que estamos mejor
conectados entre las ciudades de provincias que el promedio nacional (aunque
solo el 24% de la red vial está asfaltada) sin embargo la debilidad recae en la
poca inversión pública para la construcción y mejoramiento de una red de
caminos rurales, siendo estas zonas donde se concentran la pobreza y el
minifundio. La otra oportunidad, la cuarta, es que somos todavía, a pesar del
gran boom inmobiliario, una región
agrícola con once cuencas hidrográficas y con capacidad para ampliar la frontera
agrícola; ¿qué hace falta? riego tecnificado. La quinta es que, aunque suene
extraño decirlo, somos una región minera
y con pocos conflictos sociales por recursos básicos. La sexta, aunque según
parece no ha sido rentable, es la carretera IIRSA que se construyó con la
promesa de integrarnos al Brasil y todo indica que será lenta.
Sin embargo hay una condición
necesaria para que estas oportunidades comparativas devengan en competitivas y
por ende en desarrollo y está en el juego de la política. En ese excelente
libro escrito por James Robinson y Daron Acemoglú (¿Por qué fracasan las
naciones? Deusto 2012) la política se
convierte en el marco institucional para el desarrollo y el progreso. La
construcción del desarrollo equivale al diseño de instituciones que sean
inclusivas y no extractivas, donde se entiende que el poder sea trasladado a los ciudadanos a
través de instituciones que den incentivos para liberar la fuerzas
productivas. Pero la política necesita
de un “software”, de “mediano y largo plazo”, es decir de una agenda de políticas
públicas programáticas que trascienda el tiempo y convertirnos en una región competitiva, y eso
equivale también a olvidarnos del populismo inmediatista.
En 1845 el periodista John L.
O´sullivan en un artículo para el Democratic Reviewescribió una frase que
recogía el carácter y sentimiento del pueblo americano. No se sabe exactamente
si fue el inventor de la frase de “destino manifiesto” pero sí el contenido de
tal: la creencia de Estados Unidos de expandirse hacia el Atlántico por el
“derecho (…) a poseer todo el continente que nos ha dado la providencia para
desarrollar nuestro gran cometido de libertad, y autogobierno”. El destino
manifiesto fue ante todo un conjunto de lineamientos programáticos, de ideas
políticas. ¿Cuál es el “destino manifiesto” de nuestra región? No la tenemos. Y esta es la gran oportunidad
para construir una “agenda para el
desarrollo”, una visión de largo plazo, un “destino manifiesto” autóctono.
Hay ciertos momentos en el que
la historia se vuelve como una “plastilina”; se la puede transformar, acaso moldearla para que el crecimiento se
convierta en desarrollo y por ende en calidad de vida. En el institucionalismo
histórico a esos momentos se les llaman “critical junctures” o “coyunturas
críticas” donde confluyen oportunidades externas y fuerzas internas y para
aprovechar esas coyunturas críticas necesitamos de la política y el liderazgo
capaz de hacerlo realidad.
Comentarios