Conozca
Tierra Langla, Un Lugar A 125 Kilómetros Al Sur De Lima, Donde Un Grupo De
Personas Vive De Manera Autosostenible. Han Hecho Sus Casas Con Sus Propias
Manos Y Además Comen Lo Que Cultivan.
Texto:
Oriana Lerner K.
Fotografía:
Paola Paredes.
El terreno
de Tierra Langla, en Lunahuaná, tiene nuevo dueño desde hace dos años y medio.
Cuando el ingeniero Adam Chlimper lo compró estaba vacío, solo se oía el sonido
del río. Atraído por el kayak y la vida campestre, Adam decidió dejar Lima y
mudarse a una casa rodante, mientras construía su nueva residencia en el campo.
Llamó a un
arquitecto. Este le hizo los planos y le dio los costos: “Te saldrá
aproximadamente 300 dólares por metro cuadrado”, le dijo. A los pocos días,
unos amigos argentinos visitaron a Adam. Eran expertos en bioconstrucción y le
explicaron que no necesitaba de mucho dinero para levantar su casa.
Sólo
requería materiales que estaban a su alrededor como madera, barro y quincha.
“Nunca se me hubiera ocurrido construir mi casa, pensaba que eso lo tenía que
hacer un albañil”, recuerda Adam. “Ahora me doy cuenta que no existe una
cantidad de dinero que pueda reemplazar a una casa hecha con tus propias manos.
La mística de construir, además de los beneficios, es invaluable”, continúa.
Antes de
empezar a levantar su casa creó un
taller de bioconstrucción al que se apuntaron unas cuarenta personas, entre
amigos y conocidos.
HICIERON UN
PLANEAMIENTO DE CONSTRUCCIÓN, MARCARON EL TERRENO Y ASÍ EMPEZARON.
El método
que utilizaron fue el siguiente: cavaron un hueco para los cimientos, lo
rellenaron con piedras y levantaron columnas hechas de madera de eucalipto.
Optaron por usar quincha seca, envuelta en caña y paja. Con eso levantaron las
paredes. Luego le pusieron una capa de barro mezclado con aceite de linaza y de
coco, que convierte a la superficie en impermeable. Finalmente, reutilizaron
botellas de vidrio para decorar las paredes. Las cabañas tienen forma circular
porque así son más resistentes a los sismos y además el barro funciona
térmicamente: en verano convierte las habitaciones en un espacio fresco y en
invierno protege del frío.
En seis
meses construyeron tres cabañas, un área para la cocina, otra para descansar,
que sirve también como biblioteca y un espacio cercano al río donde se llevan a
cabo reuniones, clases de yoga y actividades de esparcimiento. Poco a poco,
este lugar fue convirtiéndose en una comunidad autosostenible al que llegaron
personas de todas partes del mundo con una misma idea: vivir en colectividad y
reintegrarse con la naturaleza.
ESPACIO
PRODUCTIVO
La
bioconstrucción es socia de la
permacultura que, como su nombre lo dice, trata de crear una agricultura
permanente que respete al ecosistema. Se trata de trabajar con, y no contra la
naturaleza, integrando armónicamente la vivienda al paisaje. Ahorrando
materiales, produciendo menos desechos y minimizando el impacto que significa
construir una casa. Tiene tres principios: el cuidado de la gente, el planeta y
el compartir. “Este fenómeno es una revolución –dice Adam– No una a patadas y a
palos, sino una revolución orgánica que tiene que ver con regresar a la tierra
y, a través de ese retorno, alcanzar la libertad".
Lo que dice
Chlimper ya está ocurriendo. Ya existe una red mundial de aldeas llamada Global
Ecovillage Network a las que Tierra Langla pertenece. La gente quiere depender
menos del sistema. "Las ciudades no se van a quedar vacías, simplemente
los espacios empezarán a ser más productivos y a englobar a la sociedad mediante
la creación de huertos urbanos", explica Adam.
La
revolución en Tierra Langla empezó hace un año y medio. Un cartel que dice
'Bienvenido a casa' recibe a los visitantes. El sol aquí tiene hora de salida.
A las diez y media aparece todos los días, radiante, detrás de los cerros.
En este
momento, la comunidad está compuesta por ocho hermanos. Una brasileña llamada
Ludmilla Reis, quien llegó al Perú manejando desde Brasil, persiguiendo el
anhelo de un cambio de vida.
Claudia
Aguilar, una estudiante de medicina china, que no deja nunca de sonreír.
También está Cristian Cabrera, un peruano que va y viene de Lima a Lunahuaná:
trabaja en la ciudad unas semanas haciendo videos y luego regresa al campo.
Otro limeño, Mark Smith-Pallister, quien tiene una empresa audiovisual y la
suerte de poder manejarla a la distancia. Un francés llamado Jeremy Reaute que
encontró esta comunidad en internet,
también el californiano Jesse Mendoza, y Adam Chlimper, quien ya va a
cumplir dos años viviendo alejado de la ciudad y por último, el alemán Milan
Gehring, que el jueves pasado se despidió de Tierra Langa porque su viaje de
nueve meses llegó a su fin.
La noche del
miércoles pasado, Milan reunió a todos en un círculo y, a manera de despedida,
cogió una guitarra y enseñó a todos algunas danzas y cánticos.
CERRANDO
CÍRCULOS
Uno de los
principios de la convivencia en Tierra Langa es "cerrar círculos".
Esto quiere
decir que lo ideal es reutilizar la mayor cantidad de elementos.
En Tierra
Langla esto se practica diariamente. El papel se quema y las cenizas se usan
como lavavajilla. Las bolsas de plástico se meten dentro de botellas de
plástico, de esta manera el espacio que ocupan en el ambiente es más reducido.
Además, las botellas adquieren una dureza extrema, y pueden ser utilizadas como
plataforma para la construcción. El basurero de materia orgánica se vacía en la
tierra para que, luego de unas semanas, su contenido sea reutilizado en el
huerto. Los muchachos han creado un baño seco que no necesita desagüe. Los restos
se usan para hacer compost.
“No queremos
que se vayan todos esos nutrientes que hemos evacuado, por eso los reutilizamos
en la tierra y luego nos vuelven a alimentar”, dice Adam.
Aquí, comer
saludable es cosa de todos los días. Cada mañana cosechan vegetales y el
resultado es increíble: una ensalada fresca, contundente y totalmente orgánica.
El miércoles por la mañana, un vecino pasó trayéndoles una canasta llena de
yucas recién saliditas del huerto. Todas se usaron para preparar un exquisito
guiso.
¿CIUDAD
SOSTENIBLE?
Es difícil
hacerse la idea de dejarlo todo y optar por una vida fuera de la ciudad. Pero
para hacer un cambio no es necesario salir de casa. De hecho, existen talleres
de permacultura urbana donde los
residentes de Tierra Langla enseñan a mejorar un espacio. Se trata de adaptar
un ambiente y convertirlo en un lugar más productivo e integrado y empezar a
generar menos residuos.
“Cuando
adaptas todo lo que está dentro de tu casa –dice Adam– luego eso rebota afuera
y tu entorno se contagia. Así nace la vida en comunidad y empieza el proceso de
lo individual a lo colectivo”.
La idea de
esta comunidad y de todas las que existen alrededor del mundo es ser un ejemplo
vivo. Inspirar un cambio hacia patrones de vida distintos, aquellos que puedan
garantizar la permanencia de la especie humana en la tierra.
Más que alejarse de la sociedad es viajar de la
individualidad a la vida en comunidad. Por eso, una de las metas es convocar a
colegios y universidades para que los visiten. La semana pasada estuvieron en
Tierra Langla estudiantes del Colegio Isaac Newton de Magdalena, quienes
participaron de un taller de bioconstrucción, cosecharon su propia comida y se
dieron un baño en el río. Los días en Tierra Langla se vuelven lentos; las
horas y los meses pasan desapercibos. “¿Ya estamos julio?”, pregunta Cristian
mientras espera el almuerzo. Adam agarra su celular y lo confirma. Todos sonríen y se agarran las manos, es
momento de agradecer por la comida.
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