Escribe Antonio
Orjeda.
Fotos:
Ximena Barreto.
Callao,
avenida Guardia Chalaca, cuadra 13. Para que no nos vayan a interrumpir los
niños que corretean por los tres pisos de esta casa, la hermana Chabela –así
llaman todos a María Isabel Baglietto– cierra la puerta de su oficina. Eso sí,
advierte que para salir vamos a tener que pedir a gritos que nos auxilien, pues
la manija está malograda y esta puerta solo se abre desde afuera. Así de chancada
está prácticamente toda su amplia morada desde que emprendió esta obra de bien.
No se arrepiente de nada, solo pide ayuda.
—¿Por qué
hace esto?
—Porque Dios
me lo puso en el corazón. Comencé en el 2000, entonces yo vivía en las Salinas,
en Chilca (Cañete). Allá había tres hermanitos a los que su mamá había
abandonado. El papá era pescador artesanal, salía a trabajar temprano y ellos
vivían en una chacra, en una casita de esteras…
—¿Por qué
vivía usted allá?
—Porque
tenía una casita, allá mis hijos terminaron la secundaria. Yo ayudaba en un
comedor popular, era la tesorera. A esos tres hermanitos la gente no los
trataba bien, les decían que se apuren porque ellos eran “caso social”; no
pagaban. Para evitarlo, le daba de comer a la menor; y como eso hacía, los
niños se encariñaron conmigo y yo me encariñé con ellos; y como su papá no
estaba, se venían a mi casa, tomaban lonche conmigo y él pasaba después a
recogerlos.
—¿Qué edades
tenían?
—Carmen, la
mayor, tenía ocho; Juancito, seis; y, Carina, tres años. Su mamá los acababa de
abandonar, vivían en una casa sin luz, tampoco tenían agua.
—¿Cómo así
regresó al Callao?
—El 2004 mi
papá enfermó y murió un año después. Para entonces yo ya tenía varios niños, y
no tenía ningún tipo de ayuda. Bueno, en realidad, sí tenía, porque por la
gracia de Dios venían personas que me decían: “Hermana, me ha quedado comida”;
y me daban.
—¿Y sus
hijos?
—Ya iban a
terminar la secundaria, se aburrían en Chilca y me decían: “Mamá, vámonos”. Se
fueron viniendo a la casa de mi papá, y yo también me vine con un grupito de
niños. Los que tenían papás se quedaron. El padre de Carina permitió que se
venga conmigo.
—¿Con
cuántos niños llegó?
—Con siete.
—¿De qué
vivía?
—Mi hijo ya
trabajaba, y me daba para los niños; mis hijas, también.
VECINOS LA
AYUDABAN
—¿No fue una
locura venir con siete niños sabiendo que iría a vivir de propinas?
—Locura era
seguir en Chilca. Aunque no alcanzaba, porque además iban al colegio.
—¿Cómo hizo?
—Pedía en el
mercado. Los vecinos también me ayudaron.
—Esta casa
es grande, debió ser bella. Debido a la falta de recursos económicos y a que
tiene a 28 niños correteando todo el día, se ha deteriorado...
—Son niños
acostumbrados a estar en la calle. No todos, pero hay niños acostumbrados a
escupir en el piso. Con ellos hay que batallar todos los días, irles enseñando
cada día porque esto no se acaba…
—¿Nunca se
ha hartado?
—Alguna vez.
Pero entonces oro y le digo: “Señor, dame de tu paciencia para poder soportar a
estos niños, porque si por mí fuera, ¡no sé qué pasaría!”. Y entonces, es algo
milagroso, porque me sale un niño con una de sus cosas y yo misma me sorprendo
de mi reacción, de cómo le termino contestando. “Pero si yo estaba estresada,
¡cómo le estoy contestando con esta calma!”. Es la paciencia de Dios, que llega
porque se la pido.
SIGUE PESE A
CANSANCIO
—¿Cuántas
veces se ha arrepentido de haberse metido en esto?
—A veces.
¿Por qué? Porque a pesar de la fe ha habido momentos en los que me he sentido
cansada, sobre todo físicamente. Lo que más necesito es el apoyo de la gente.
—¿Quiénes la
ayudan?
—Mi sobrina,
y algunas veces vienen personas de la iglesia a apoyarnos.
—Prácticamente
ustedes dos ven por estos 28 niños...
—Así es. Hay
niños abandonados, otros que sus padres están presos. El Inabif también nos
trae niños, pero no nos dan nada. Solo los traen.
—Hay niños
que han sido rescatados de padres drogadictos...
—Sí. Hay una
niña de 14 –se vino conmigo a los 6 años–, su mamá tomaba mucho. Ahora va y la
visita, pero solo por ratitos porque no se acostumbra. Sigue siendo alcohólica.
—La primera
niña que acogió, Carina, hoy tiene 18 años y estudia Sicología en la
universidad...
—Sí, porque
dice que va a quedarse a ayudar.
MUCHOS NO
DAN LA MANO
—¡Qué bacán!
Porque esta obra necesita el apoyo de profesionales...
—Profesionales,
mano de obra, gente que nos ayude en la cocina. Por ejemplo, ahorita mi sobrina
está cocinando, cuando ella tendría que estarme ayudando con los niños.
—Usted, ¿de
qué vive?
—¿En qué
sentido?
—¿Cómo se
paga sus gastos, sus medicinas, alimentación…?
—Bueno, yo
como de lo que mandan para los niños. ¿Mis medicinas? Gracias a Dios tengo a
mis hijos. Ellos me atienden.
—Tiene 60
años, aún está fuerte. ¿Cómo va a ser más adelante?
—No lo sé.
Por eso quisiera que vengan más personas comprometidas. A veces viene una
asistenta social, pero tenemos que darle para sus pasajes y a veces no tenemos.
Por eso preparamos queques y alfajores para vender.
Aquí a la
vuelta hay una agencia de aduanas, ellos estuvieron viniendo. Venían una vez
por mes para jugar con los niños, a veces nos traían el desayuno, otras veces
traían una merienda, buzos para los niños, celebraban algún cumpleaños… Así ha
habido personas que nos han dado la mano; y cuando eso ocurre, los niños se
alegran.
Dirección:
Av Guardia Chalaca 1343 Callao.
Teléfono:
454-0127
HACE FALTA APOYO
—Tiene una niña que inhalaba Terokal...
—Me la trajo
el Inabif. Tiene 10 años, cinco de ellos metida en el Terokal. Es una niña con
deficiencias en el estudio. Está bastante dañada.
—¿Cómo hace? Ella debe requerir un apoyo
mayor...
—¿Sicológico,
dice usted? Hace falta. De la posta médica vienen cada dos meses y me los
pesan, tallan, vacunan, les hacen sus análisis de sangre…
—Su casa-hogar podría marchar mejor si alguien
o una organización se comprometiese a ayudarlos constantemente, no cuando pueda
o se le ocurra...
—Claro,
sobre todo con gente: sicólogos, educadores… Felizmente hay una hermanita que
viene todos los lunes, miércoles y viernes para ayudar a los chicos con sus
tareas. Los mayorcitos también ayudan a los más pequeños.
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