Las noches en el boulevard de Asia se
caracterizan por sus grandes juergas, por las calles plagadas de jóvenes
entumecidos por el alcohol y por las grandes discotecas que dejan de lado la
calidad para perpetuar un negocio basado en grandes multitudes y cocktelillos
preparados con desgano por un barman que quizá aprendió a mezclar bebidas pocas
horas antes de empezar a trabajar. Todo es monótono a pesar de que las luces de
neón y la música a todo volumen hacen un esfuerzo por hacer que sus locales
llamen la atención de los transeúntes.
Pero sin dudas hay un lugar que llama
la atención no por lo mucho que grita sino por su personalidad, la misma que
uno nota con tan solo pasar por ahí. Un bar erigido a punta de reciclaje, con lámparas hechas de
latas vacías, vinilos haciendo de cuadros y una bicicleta colgando de una de
las entradas retando a la gravedad. Todo generando en uno la sensación de ya no
estar en el frío boulevard de Asia sino en la cálida y hospitalaria casa
barranquina de un querido familiar. Ese bar se llama ‘La Cachina’.
Todo está a la venta’, me dice Jorge
Chung, una de las almas de ‘La Cachina’ mientras Carlos Chávez, el jefe de bar,
mezcla unos cócteles y nosotros nos sentamos en los banquitos del bar tapizados con los polos viejos de Jorge. Di
una mirada a mi alrededor, una mesa de fulbito, decenas de sillas de diseños
disparejos y mesas improvisadas de la forma más creativa. Es que esa es la
idea. Jorge me cuenta lleno de añoranza que el bar le rinde tributo a los
cachineros, esos hombres y mujeres que recorren las calles de Lima comprando
recuerdos olvidados, coleccionando objetos ajenos, devolviéndole la vida a
punta de restauraciones a memorias que parecían apagadas.
Pero la personalidad de ‘La Cachina’
no está solo en ese espíritu reciclador, que por cierto no solo refleja un
cariño por el pasado sino también por el medio ambiente. La personalidad de la
cachina se saborea vívidamente en sus tragos. ‘Lo importante es que se sienta
la fruta’, me dice Jorge y yo no entiendo lo que quiere decir hasta que frente
a mí desfilan los tragos con pequeños pedazos de frutas flotando libres dentro
de los vasos. Las porciones son intimidantes pero luego uno recuerda que mañana
no tiene que trabajar y todo se pasa. Ahora vamos por partes:
Pepito dos cañones: Pepino, Jugo de manzana, hierba buena y
Pisco. Los Pedacitos de manzana y pepino le dan a uno algo que masticar
mientras toma. Trago fuerte, un par de esos y usted volará y cuidado que el
dulce es engañoso pero sin duda una aventura que tiene que experimentar.
Cachina Fashion: Jugo de naranja, jugo
de piña almíbar de canela y rindiéndole homenaje al nombre del bar un poco de
cachina. Un buen trago para arrancar. La canela le da cierta sofisticación y la
cachina hace las veces de un corazón que palpita en las entrañas del vaso.
Buenazo, con sabor a casa por algún motivo. Sin duda la insignia del lugar.
Milonga: Para mi la pièce de
résistance. Épico por donde se le vea.
Un trago con alma de mojito, con fresas y unas ramillas de hierba buena
oprimidas por una cañita ancha que busca arrastrar a tu boca la mayor cantidad
posible de pedacitos de fruta. Un poco de lima juice, un poco de limón, ginger
ale y rompiendo todo tipo de esquema y dándole corazón peruano: un poco de Inca
Cola. Brillante, un saludo a la creatividad. Mi recomendación.
La Cachina es la hija de Jorge Chung,
César Davey, Braulio Contreras y Daniel Kernitsky. Un lugar cálido, amistoso y
pintoresco en su propia ley sin lugar a dudas una alternativa ideal para
aquellos que están cansados de lo mismo y buscan una aventura placentera. Jorge
se despide y me cuenta que abrirán un local en Miraflores, me despido de él y
lo felicito por una gran idea.
(Fuente: Juan Sibarita ©/Fotos: Juan Sibarita
©. /#Actualidadcañetana #Cañete / Juvroh/Actualidad Cañetana/Al Rojo Vivo/16-01-2015)
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