Willy Centeno y Rosa Flores pertenecen
a la Unidad de Salvataje de la Policía. Entre los dos suman cerca de 50 años de
anécdotas enfrentando al mar. Willy mantiene una cercana amistad con un niño
que rescató hace 7 años. Rosa es la mujer más respetada entre sus colegas. ¿Por
qué el mar no los deja descansar en verano?
Texto: Carlos Contreras Ch.
Fotografía: Luis Centurión y Gabriela
Morales.
Martín no deseaba esa sorpresa por el
día de su cumpleaños. Bastaba con una torta chantilly y una piñata. Nada más.
"¿Qué pasa, por qué no puedo
avanzar?", pensó Willy, mientras era arrastrado por las aguas hacia donde
se oculta el sol todos los días. Segundos antes, imaginó que se trataría de un
rescate sin contratiempos. Se sumergió en el mar corriendo y sostuvo
fuertemente el cuerpo menudito de Martín que se dejaba llevar por la corriente.
Cuando el salvavidas intentó salir caminando de las aguas sintió como si dos
tenazas lo apretaran de la cintura, dejándolo inmóvil. El mar empezaba a
endemoniarse en el balneario de Asia. Era una mañana del 27 de enero del 2008.
Lo que había empezado en contados
segundos ahora se prolongaba demasiado. Aún no se podían escuchar las hurras y
los aplausos que suele recibir la acción de Willy, habitualmente. Todos los
bañistas, incluidos los familiares del muchacho de ocho años, se habían reunido
en la playa Las Brisas, pero Martín y Willy ya no estaban en la orilla. Sus
cuerpos soportaban ahora los embates de las olas.
“No otra vez, no otra vez”, repetía,
asustado, Martín, cuando el gigante trataba de devorarlos con sus constantes
manotazos. Willy le pedía que fuera valiente y que no dejara que sus brazos se
soltaran de su cuello. Las embravecidas olas no daban tregua. Todos ya pensaban
lo peor.
Media hora luchó Willy contra el
destino, nadando sin un piso firme. Media hora de incertidumbre vivió la
familia de Martín observando cómo el héroe de traje amarillo y rojo no se
doblegaba ante el infortunio. Cuando llegó la moto acuática a rescatarlos, Willy
se subió y decidió manejar la nave. Delante de él estaba sentado aquel pequeño
que miraba confundido y mojado, a lo lejos, la casa de playa de sus abuelos,
nuevamente.
Hoy Martín Armas Llosa tiene 14 años,
vive en Santiago (Chile) y viene al Perú cada verano para cumplir con un
impulso que le nace del corazón.
Lo primero que hace Martín ni bien
baja del avión es pensar en el saludo que le dará a su querido amigo
salvavidas. Cuando llega a la casa de playa de sus abuelos, en el balneario de
Asia, busca al superior PNP Willy Centeno Figueroa. Sabe, por sus amigos, que
él no lo ha abandonado. Sabe que aún está allí vigilando que otros niños, así
como era él, no sean tragados por el caprichoso mar del sur de Lima.
–¿Cómo has estado, muchacho?, dice
Willy cuando lo tiene nuevamente cerca.
En ese momento, se abrazan, cierran
los ojos y dejan que el tiempo se detenga por un rato. Tratan de que el
recuerdo no los invada, pero es inevitable. De los ojos del suboficial se
liberan unas lágrimas que se confunden con la enorme sonrisa que se dibuja en
su rostro. Willy llora de felicidad: aún tiene la suerte de ver a su nuevo
'hijo' un año más.
–Estoy bien, Willy, responde Martín
–estoy bien, gracias a ti, querido amigo.
El día que nos reunimos no había
muchos bañistas como aquella mañana del accidente. Martín llega con una toalla
y una gorra en la mano. Willy lo observa y se avergüenza: Martín ya lo ha
pasado en tamaño. Mide 1.74 m y ya el agente bromea al decir que, de ocurrir
nuevamente la emergencia, hoy se invertirían los papeles. Willy sigue siendo el
mismo: tiene la piel tostada y se mantiene en forma a sus cincuenta años.
Martín no ha aprendido a nadar muy bien, aunque ya le perdió el miedo al mar.
–¿Cuándo regresas a Chile?, le
pregunta Willy.
–Hoy (jueves) en la noche salimos para
Lima.
–¡¿Hoy en la noche?!
–Sí, lo que pasa es que el martes
regresamos a Santiago y tenemos que alistarnos antes en Lima, responde Martín.
En el rostro del agente de la Unidad
de Salvataje se observa una desazón al oír esa respuesta. Se acaba de enterar
de que no podrá acompañar al muchacho en su cumpleaños número quince. Eso lo
entristece, pero respira fuerte...
–Está bien, entonces, esta noche paso
por tu casa para despedirnos como se debe– dice, resignado; mientras supervisa
que todo marche bien en la playa Las Brisas.
–Claro, responde Martín, mirándolo con
respeto y entusiasmo, como lo ha hecho todos los veranos que han transcurrido
desde el rescate.
El superior Willy Centeno Figueroa es
el más experimentado de la Unidad de Salvataje de la Policía. Cada vez que
camina por los ambientes de ese local, ubicado en la Costa Verde de Barranco,
los jóvenes salvavidas se detienen y levantan la mano derecha en señal de
respeto para quien ha sido uno de sus mejores instructores. Willy tiene 30 años
quitándole víctimas al mar que se extiende entre Ancón y Cañete. Cuenta tantas
anécdotas, pero ninguna se compara a la que vivió con Martín.
Él ya perdió la cuenta de todos sus
rescates. No sabe en cuántos ha estado. Lo que sí recuerda son las cinco veces
que acudió a una emergencia a bordo de su Volskwagen verde, cuya capota guarda
sus aletas, boyas y sogas. Él se escapa del temido retiro porque aún no lo
tiene en mente.
Al salir del mar, antes de despedirse,
Martín observa a su gran amigo y guarda la esperanza de que el otro año
continúe firme en su torre. De no encontrarlo, emprenderá su búsqueda. Es una
promesa.
¡el día empieza, señores!
La Unidad de Salvataje de la Policía
cuenta con 350 agentes de forma permanente y en el verano suma 150 más
provenientes de otras divisiones. Hoy, miércoles, en que los visitamos,
captamos a un capitán instruyendo valores a los jóvenes. "El día empieza,
señores!", les advierte. Todos ya realizaron el calentamiento previo.
"¡Están listos, delfines!", vuelve a gritar y en el patio solo se oye
un "¡Sí, señor!".
El verano del año pasado, los delfines
que salvan hombres lograron más de mil rescates exitosos en las playas de Lima.
También tuvieron días malos cuando hallaron los cadáveres de varios bañistas.
Ellos están preparados para que el mar no los deje descansar en esta calurosa
temporada.
En este grupo también hay 23 mujeres y entre ellas destaca una que no
le teme al mar.
El sol nace. Una morena de 1.74 m se
pone de cuclillas. Sumerge su mano derecha en el gigante de agua salada y luego
se persigna. "¡Cálmate, vieja, cálmate!", dice, mientras se acomoda
la gorra roja. Son las ocho y treinta de la mañana en la playa Punta Rocas, al
sur de Lima: aún no hay bañistas, solo están ella y el mar, como ocurre desde
hace diez años.
La brigadier Rosa Flores Durango cree
que el mar es una hembra celosa que se enfurece cuando una mujer penetra en sus
dominios. Por eso, siempre la tranquiliza con ese acto antes de empezar con su
labor. En toda su carrera como salvavidas, tiene más de cien rescates y ninguno
de ellos ha sido trágico.
vivir en las olas
Normalmente, Rosa nada de forma
horizontal por el mar cuando este no muestra su furia. Debe tener los músculos
preparados ante cualquier eventualidad. Un calambre en acción sería desastroso,
por más técnicas que tuviese. A sus 45 años, piensa que ser salvavidas la ha
convertido en la mujer más feliz del mundo: puede vivir de la música de las
olas y ser llamada héroe.
La primera vez que se enfrentó al mar
tuvo que salvar a un hombre de 40 años que no se imaginaba que iba ser
auxiliado por una mujer. "Yo no he pedido ayuda", le dijo, asustado
por el fuerte oleaje. Cuando Rosa hizo el amago de irse, escuchó decir al
hombre que solo le aventara la boya. Ella lo rodeó, se acercó y para no
desesperarlo lo cogió de la cintura. Ya casi en la orilla, el rescatado se
envalentonó y le dijo: "Hasta aquí nomás".
Una hora después del rescate le
enviaron a Rosa un plato de cebiche y dos botellas de cerveza. Ella solo aceptó
la comida. "En el trabajo no se liba licor y en la playa menos".❧
(/#Actualidadcañetana #Cañete /
Juvroh/Actualidad Cañetana/Al Rojo Vivo/11-01-2015)
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