En
su artículo de ayer en Perú21, titulado “Carreteras mojadas”, Juan Mendoza nos
explica con claridad meridiana cómo la carretera Interoceánica Sur, que ha
costado la friolera de dos mil millones de dólares o el triple del presupuesto
original, no tiene ninguna racionalidad económica o financiera; ni hay tráfico
suficiente, ni flujos de comercio actuales o previsibles que justifiquen tan
desproporcionado gasto en un país que tiene tantas carencias obvias en
infraestructura. Una de ellas, dice Mendoza, es el deplorable estado de la
Carretera Central, una de las dos arterias principales del Perú, siendo la otra
la Panamericana.
Unos
días atrás, precisamente en la Panamericana Sur, colapsó el puente de Topará,
del tramo de Cañete a Chincha, inaugurado hace apenas cuatro años. Puente
construido por la empresa CoviPerú que opera desde el 2005 una concesión de 222
km que va de Pucusana a Ica. Construir 22 km por año no se antoja como tarea
titánica, mucho menos en un terreno con orografía relativamente favorable. Pues
no; después de una década pagando peajes, el viajero de Lima a Ica sigue
soportando el insufrible trance de atravesar el centro urbano de Chincha, y
ahora resulta que un poco antes de llegar se cae un puente recién construido.
Es obvio que ni el concesionario cumple ni el Estado fiscaliza y que el
contrato de concesión está mal diseñado: ¿para qué avanzar más rápido si igual
sigo cobrando peaje?
La
Panamericana es la principal vía de comunicación del Perú porque casi dos
tercios de la población viven en la costa y es la carretera que une al país con
sus socios de la Alianza del Pacífico, Colombia y Chile. Es tan obvia su
prioridad que en 1991, cuando quien escribe era negociador del BID con Perú en
la primera fase de la reinserción, el primer proyecto de inversión que financió
el banco, con 200 millones de dólares, fue precisamente para la rehabilitación
de la Panamericana; tres años después se otorgó un segundo crédito de 250
millones. El que un cuarto de siglo después sus 2,200 km no cuenten todavía con
dos carriles en cada sentido no se puede considerar más que como un rotundo
fracaso.
Conclusión:
las interoceánicas pasan piola pero los proyectos prioritarios o no se hacen o
se hacen mal o se demoran décadas. Por eso es muy pertinente formularse la
pregunta que plantea Juan Mendoza ¿Por qué no tiene nuestro Estado el mismo
apuro y celo en otras obras de infraestructura que tanta falta nos hacen? La
respuesta está clara ¿o no?. (Peru21.pe)
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