Raras veces usa el fuete; prefiere una palmada antes que un lomo castigado. Alonso Valdez Prado, el primer jinete peruano de Saltos Ecuestres en competir en un Mundial, se alista para las Olimpiadas de Río 2016, otro hito para él: será también el primer peruano en competir en esta disciplina.
Escribe: Renzo Gómez.
No regresó de los
Panamericanos de Toronto 2015 con una medalla colgando sobre su pecho. No fue
recibido por multitudes ni homenajeado en Palacio. Sus competencias tampoco
fueron transmitidas en vivo. Apenas significaron segundos de extractos
informativos.
Un mes después, lo hecho por
Alonso Valdez Prado (37) es indiscutible
entre varios logros recientes y discutibles: alcanzó uno de los seis cupos
individuales, convirtiéndose en el primer jinete nacional en clasificar a una
Olimpiada, dejando sin opción a México, Chile y Ecuador.
Los 16 cupos restantes fueron
destinados a las pruebas por equipos. Estados Unidos, Canadá, Argentina y
Brasil clasificaron con cuatro representantes cada uno. Perú no fue capaz de
conformar, siquiera, un equipo para competir. Es más, Martín Jerí, quien debía
acompañar a Valdez, quedó fuera a último momento por la grave lesión de su
caballo. Perú, en Toronto, solo fue un hombre encima de su caballo.
Un binomio
Carolina, una yegua
marrón con una estela blanca en el
hocico, olfatea al fotógrafo. Pega, con curiosidad, los dos orificios enormes
que tiene por nariz sobre el lente que la retrata.
Valdez silba bajito y le
ofrece un trozo de zanahoria. Podrían
ser terrones de azúcar o puñados de alfalfa. Recompensas de un esfuerzo
constante. O efectivos trucos de persuasión. Sea como fuere, funciona. Carolina
se tranquiliza y posa.
Son ocho caballos en total los
que posee Valdez en su caballeriza del Club Hípico Peruano, en los Pantanos de
Villa. Un mundo dividido por cuadras. La suya es la 12.
En estos instantes, Beto y
César, sus asistentes y hombres de confianza, peinan las crines a Nepal y a
Cigal, mientras Diábolo, un padrillo negruzco, patea la puerta de madera,
revolviendo el piso de aserrín, con deseo incontrolable. Las caricias de su amo
lo calman. Hay en cada acto de Valdez una conexión inexplicable para mortales,
como nosotros, que marchamos a pie. Una conexión profunda como si se tratara de
la especie misma.
“Hay una conexión. Uno lo
siente y lo percibe. Es un deportista como yo. Al final somos un binomio”, me
dice. De otra manera sería improbable
verlo superando varillas de metal, arriba del caballo, como un mismo ser, suspendido en el aire.
Aunque posee una estatura y un peso similar (1.70 cm y 67 kilos) no es un
jockey. Las carreras, tan populares, no son parte de su arte. Es un jinete de
Saltos Ecuestres, una modalidad que consiste en sortear obstáculos en un
circuito determinado.
Para ello, los animales son
entrenados como auténticos atletas. Corren en cintas caminadoras y se les
aplica capas magnéticas y tratamiento de barras para relajarlos. La
alimentación es seguida por un nutricionista. Su dieta consta de cuatro kilos
de avena, un kilo de afrecho y tres kilos de alfalfa. Todo para la alta
competencia.
En carrera otra vez
Durante siete años, Valdez
permaneció distante de las caballerizas. Fue un alejamiento motivado por las
obligaciones de la vida adulta. Se recibió como administrador de empresas y se
dedicó al negocio familiar (Cristalerías Ferrand).
Antes de esta pausa había sido tricampeón infantil (1990-91-92) y
tricampeón juvenil (2001-02-03). Valdez cortó un futuro prometedor. Y nadie
estuvo cerca para impedírselo.
Pero volvió. Hace poco más de
cinco años, cuando todos los daban como un talento desperdiciado por las
reuniones de cuello y corbata.Desde entonces se ha erigido como el máximo
representante de la escena local. Tercer lugar en los Bolivarianos de 2013,
tercer lugar en los Odesur Chile 2014, y una meritoria participación (puesto
39) en el Mundial de Normandía, Francia, en setiembre del año pasado junto a
500 jinetes de 67 países.
El renacer de su carrera se
debe, según David Levy, el presidente de la federación, a cuatro requisitos que
Valdez cumple con creces: buenos caballos (los compra en Bélgica y Holanda),
talento, infraestructura (cuenta con una caballeriza en Cañete llamada La
Quadra diseñada por su hermana Talía) y entrenador.
Levy, quien continúa
compitiendo, asegura que la distancia que nos separa de Alemania, Bélgica y Canadá
donde los Saltos Ecuestres son un deporte profesional es el factor económico.
“Mantenerse en ritmo cuesta. Aquí no existen sponsors. Los jinetes son sus
propios sponsors”.
Cuando Levy inició su gestión
contaba con 140 mil soles de presupuesto. Hoy ha aumentado a 370 mil, pero resulta irrisoria si hay equinos que valen
millones. Aun así, sostiene que nota un cierto crecimiento. Existen diez clubes
a nivel nacional, ocho en Lima y dos en Arequipa. Y un universo de 250 jinetes.
Decía Levy que Valdez contaba
con un técnico de gran cartel. Se trata del holandés Jeroen Dubbeldam (42)
-1.86 cm y 82 kilos; la estatura no es determinante-, medalla de oro en Sydney
2000, campeón del mundo individual y por equipos y actual campeón europeo, el
puntillazo final, desde hace más de un año, en su camino hacia la excelencia.
Dubbeldam se encuentra en Europa pero ha diseñado un plan que su dirigido ejecuta a cabalidad. Además,
cuida de Ferrero Van Overis, un padrillo belga, de más de 500 kilos, con el que
Valdez ha empezado a sonar en el circuito internacional.
Para una mirada saturada de
los típicos deportes colectivos como la mía, la relación entre ambos es
extraña. En el Mundial de Normandía, Dubbeldam fue su entrenador y a la vez su
rival. Y le ganó. Es decir, Valdez escuchó las instrucciones de quien lo
superaría después, en el mismo circuito. Todos celebraron al final.
Río 2016
Montado en Nepal-un ejemplar
holandés de seis años- y sin fuete alguno, Valdez realiza una breve exhibición.
Su tranco es largo y su ritmo pausado. En el rostro de Valdez hay seguridad. La
seguridad de dos cicatrices, casi invisibles, que se esconden en su barba de
tres días, a causa de un cabezazo equino. Y de otras dos suturas de guerra en
ambas manos.
La varilla de metal inicia en 80 centímetros.
La sobrepasan sin esfuerzo. Pero la varilla sube. Subirá hasta 1.35. En los
torneos más importantes la máxima valla es el metro sesenta.
Nepal pega sus dos patas
delanteras y tira, como dos alas, las traseras hacia atrás. Media hora después,
Valdez pisa tierra de nuevo. Me cuenta que, a diferencia del fútbol, aquí los
instantes de euforia se viven en silencio. Solo con la cabeza descubierta y la
gorra empuñada. Y un público que solo entonces despierta de su mutis.
Dentro de un año, en agosto de
2016, en Río de Janeiro, Valdez defenderá al Perú, solo otra vez, encima de su
caballo. Ya es hora que resuene su galope. (LA REPÚBLICA)
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