Cuatro ciclistas atropellados
en 10 días. Lima no parece una ciudad segura para las bicicletas. Domingo
recorrió algunas de las vías consideradas más riesgosas por la comunidad
ciclista. El problema no es la falta de ciclovías, sino la mentalidad de los
conductores.
Escribe: Juana Gallegos.
"Salí volando unos cinco
metros, me golpeé tres veces la cabeza en el pavimento, giré como si estuviera
dentro de una lavadora. Habré dado unas cinco vueltas".
El web master Pável Quijano,
38 años, partía esa mañana, como todas las mañanas, de su casa en Los Olivos a
su trabajo al otro lado de Lima, en Surco.
Iba manejando su montañera por
Javier Prado, pegado al lado derecho de la avenida, como dice el reglamento,
cuando a la altura del cruce con Rivera Navarrete lo cerró un taxista que paró
en seco.
Ni tiempo le dio para
reaccionar, la puerta del copiloto se abrió y Pável, que iba a unos 30
kilómetros por hora, se estampó contra la lata y salió volando como un muñeco.
Por suerte, y porque llevaba
casco, resultó ileso.
Hoy, tres años después, está
en el mismo lugar del accidente, montado en su montañera.
"La situación no ha
cambiado en la Javier Prado", dice mirando la avenida, "la gente
sigue parándose en la pista, los conductores esperan la luz verde para pisar el
acelerador, los taxistas siguen parando en seco en donde sea".
Varios ciclistas coinciden en
lo peligroso que es cruzar esta arteria y no necesariamente porque sea una vía
rápida.
"Los riesgos que se
corren en las pistas de Lima se deben en
gran medida a la agresividad de los conductores, a una especie de violencia
vial que es común en toda Latinoamérica", dice el ciclista y Ph. D. en
Urbanismo Ricardo Montezuma, un colombiano que visitó la capital esta semana
para saber cómo es viajar sobre dos ruedas en una ciudad que vive bajo la
dictadura de los motorizados.
Es una dictadura porque, según la Municipalidad Metropolitana de Lima,
menos del 1% de limeños se desplaza en bici. La mayoría lo hace en buses,
custers, combis y autos. Hace dos años había más de 1.5 millones de estos
vehículos circulando en Lima, según el Ministerio de Transportes. Ahora deben de ser más.
Bajo esta cifra aplastante,
los ciclistas parecen ser una minoría.Sin embargo, la Encuesta Nacional de
Hogares del 2013 reveló que casi un tercio de las familias limeñas tiene una
bicicleta en casa. No las usan como medio de transporte, entre otras razones,
por miedo. "La ciudad no está diseñada de una forma segura para
movilizarse", indica el estudio.
Y no lo está.
Pero la falta de ciclovías no
es el único problema.
Rutas infernales
Luego de su accidente en la
Javier Prado, Pável dejó de ir al trabajo en bicicleta, pero después de un
tiempo el susto se convirtió en indignación y fue entonces que formó su
comunidad "Respeto al ciclista Perú".
"Pedimos al conductor que
respete la distancia del metro y medio", dice mientras maneja su montañera
aro 29 en la avenida Caquetá, en San Martín de Porres. Tras él va Luigi Acosta,
quien en este momento hace malabares para pasar con su bicicleta por un
reducido espacio entre los buses y la vereda.
Hemos venido a esta vía
porque, según el sondeo que hicimos en media docena de colectivos de ciclistas
de Lima, Caquetá es otra de las avenidas peligrosas para ir en bicicleta.
El fundador del "Círculo
Ciclista Protector de las Huacas" Nils Castro, por ejemplo, sigue esta
ruta desde Los Olivos para entrar al centro de Lima.
El principal obstáculo que
Nils enfrenta todos los días, además del desorden y de la basura, es la mala
actitud de los conductores: "Se creen los dueños de la pista", dice.
"Los ciclistas somos para ellos un estorbo, por eso te tocan el claxon y
te meten el carro".
Pável aconseja pasar
rápidamente los cruces para evitar encontrarse con un conductor imprudente que
te "meta" el carro. Y eso hacemos.
Aunque los vehículos avanzan a
baja velocidad debido al embotellamiento que se produce a toda hora en Caquetá,
un ciclista podría quedar atrapado fácilmente entre dos vehículos que se
disputan unos centrímetros de pista.
"Se pegan tanto que
podrían lesionarte o tú podrías rayarlos por accidente y te ganarías un
problemón", dice Luigi mientras esperamos la luz roja cerca del puente que
cruza la Panamericana Norte.
Luigi, de 24 años, trabaja
como operador de luces en un teatro en Jesús María. Cinco noches a la semana se
moviliza en bicicleta desde su casa en San Martín de Porres.
Llevando siempre su casco y
vistiendo lo que ha convertido en su look habitual –un jersey, una pantaloneta,
una casaca cortaviento o un buzo–, sale al Óvalo Naranjal y toma desde allí la
ciclovía de la Avenida Universitaria, de 13 kilómetros, la más larga de la
capital.
Luigi es del tipo de ciclista acostumbrado desde muy joven a hacer rutas largas. Una vez se fue solo hasta Nuevo Imperial, Cañete. Pedaleó por seis horas y media parando solo para beber algún energizante: "Aunque no lo creas, fuera de Lima no hay tanto peligro. Hay más probabilidades de que te pase un accidente dentro de la ciudad", dice.
El semáforo cambia a verde.
Nos dirigimos hacia la Plaza Unión. Aquí sí hay velocidad y mucha, muchísima
angustia.
Atentos: "Por la
izquierda tienes que ver al carro que viene por detrás y que no te cederá el
paso. Al frente, ¡cuidado que se cruce algún peatón! A la derecha, ¡alerta por
si es que te encuentras con un triciclero!", da indicaciones Pável.
"Los óvalos son los
puntos más caóticos. Los conductores son muy agresivos, van muy rápido y
siempre quieren ganar", dice el colombiano Ricardo Montezuma, quien a la
misma hora en que Pável y Luigi recorrían el centro de la ciudad, trataba de no
perder la tranquilidad al Este, en las avenidas Angamos y Canadá.
"Manejar bicicleta en Lima es tan de
locos como hacerlo en El Cairo o en Bombay", dice Montezuma, que ha recorrido varias ciudades
del mundo y ha sido asesor en temas de
Movilidad y Sostenibilidad del ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus. "Es
cierto que en Colombia hay más ciclistas pero también hay más muertes. Muere
uno por semana", continúa el colombiano.
La semana que pasó, Lima
perdió a dos.
Bajas fatales
Los días negros empezaron el 9
de agosto en una curva de la bajada a la playa La Herradura en Chorrillos. Un
conductor ebrio que iba a excesiva velocidad atropelló a dos ciclistas. Uno de
ellos resultó ileso de milagro. El otro, Christian Stockholm, se llevó la peor
parte. Los testigos dicen que el impacto fue tan fuerte que su casco quedó
incrustrado en el parabrisas de la camioneta.
Stockholm fue internado en
cuidados intensivos.
Seis días después, el
ciclista Gustavo López Mejía fue
arrollado por una camioneta en la Costa Verde, cerca de la playa Makaha, donde
un grupo de ciclistas protestaban por el atropello de La Herradura.
La comunidad aún no se
recuperaba de esta pérdida cuando, el martes 18, el pintor Martín Lozano, quien
iba en bicicleta a recoger a sus hijos, fue arrollado en la cuadra 3 de la
Avenida Pachacútec, en San Juan de Miraflores. Una cúster lo embistió por
detrás, lo descarriló y pasó sobre él.
Nadie lleva la cuenta de los
ciclistas atropellados en el país. Los casos se pierden entre los miles de
accidentes de tránsito que anualmente se reportan. El 2014 fueron 50,435. Ese
año murieron atropelladas 360 personas.
La noche del último miércoles,
más de 200 ciclistas manejaron hasta el lugar donde Lozano fue arrollado y
dejaron una bicicleta blanca en homenaje del compañero caído.
Pável ya conocía el lugar:
"Fui para enterarme. Fue muy impactante. La sangre aún estaba en la pista
y los carros pasaban por encima. Nadie puso ni una vela. Pude haber sido
yo", dice, recordando su accidente en la Javier Prado. A él su casco lo
salvó. Martín Lozano no tuvo esa suerte.
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