El arquitecto y urbanista Jorge Ruiz de Somocurcio dedica
su columna al balneario de Asia, sus oportunidades y riesgos.
Hay ciertas señales de alarma que de pronto desmontan una
condición aparentemente perfecta y evidencian su vulnerabilidad. El atentado
del 11 de setiembre del 2001 en Nueva York, el incendio del Teatro Municipal de
Lima en 1998 o el reciente fuego en el Wong de Asia (pudo ser otra Utopía) son
señales que se convierten en la punta del iceberg de las insuficiencias de esa
realidad.
Asia es un pequeño distrito de Cañete con no más de
10.000 habitantes, que tiene la suerte de contar con un litoral marino de
belleza y tranquilidad excepcionales. Ahí, pioneros arequipeños fundaron en
1975 el condominio Las Palmas, que dio lugar a uno de los más intensos procesos
de urbanización de vivienda temporal que ha tenido Lima.
Más de 30 condominios se han sucedido unos a otros desde
el km 93 hasta el 120, albergando casi 4.000 viviendas, que representan unos 20
mil habitantes en época de verano. Eso sin contar las visitas que, de acuerdo
con la administración del balneario (“Correo”, 22-1-16), fueron 2,4 millones el
año pasado, es decir, casi 15 mil por día. Cada verano, residentes y visitantes
gastan US$50 millones en el boulevard y, paradójicamente, están expuestos ante
la falta de previsión.
Ese ícono playero de Lima en realidad carece de casi todo
lo urbano básico: no tiene una planta de tratamiento de aguas servidas, que
podrían servir para agricultura urbana (la napa freática va camino a
contaminarse), ni reciclaje de basura o prevención ante tsunamis ni sistemas
contra incendios; tampoco siquiera un malecón continuo. Respecto a su entorno y
área de influencia, no tiene ningún compromiso o aporte de responsabilidad
social.
El municipio distrital fue rebasado por el tráfico de
tierras de la comunidad campesina de Asia y la presión urbanizadora al margen
de cualquier plan. Así, se limitó a expedir licencias y cobrar el Impuesto
Predial. Recién ha encargado un estudio urbano.
En principio, Asia reproduce las mismas desigualdades de
Lima. Barrios opulentos y segregados,
conviviendo con pobladores que no cuentan siquiera con agua y desagüe y ninguna
instancia que reduzca las brechas sociales.
Ahí coincidieron la codicia de inmobiliarias, la
indiferencia de vecinos ante los intereses colectivos, la vanidad y el dinero.
El resultado es un balneario glamoroso de casi US$500 millones de inversión,
pero altamente vulnerable y con una celebración indecente de las enormes
desigualdades.
Pero también es una oportunidad para que la Municipalidad
de Cañete o el gobierno de Lima Provincias elaboren una visión de desarrollo
que ordene el litoral del sur chico y democratice los beneficios del proceso
urbano, en vez de dejar que maten a la gallina de los huevos de oro.
En resumen, cuando se dan la mano ambiciones
inmobiliarias sin responsabilidad social, usuarios a los cuales les parece
normal las abismales desigualdades e instancias de gobierno que no cautelan el
interés común ni anticipan el futuro, el resultado podría ser una bomba de
tiempo.
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