Pero el Regatas no es
el único espacio donde una plata ha sido acaparada por particulares, violando
las leyes y el sentido común. Los condominios de Asia (Eicha para los habitúes)
sigue aplicando la misma norma.
La señora Inés
Diez-Canseco, a quien no tengo el gustazo de conocer, pasará a la historia por
haber escrito -en un post en una página de Facebook llamada “Somos Regatas,
seámoslo siempre”-, algunas de las frases más reveladoras del racismo soterrado
que aún impera en esta ciudad. De muestra un botón: “Las nanas entran al club
(Regatas, of course) a trabajar, no tienen derechos, tienen obligaciones”. Esto
porque, según su furibundo reclamo, algunas de las jóvenes que cuidan a los
niños de los socios de ese club exclusivo suelen tener el descaro de utilizar
las perezosas para descansar (¡y con los zapatos puestos!) y hasta de hacer
picnic en los jardines, ¡como si fuesen gente como una, hija!
El cargamontón en
redes no se hizo esperar, pero tampoco los defensores de la doña que, en
resumidas cuentas, argüían que “los trapos sucios se lavan en casa”, cita
textual de otro post de otra egregia (suponemos) socia llamada Tatiana Chiock,
a quien no le escandalizaba en absoluto la afirmación descarnada de que hay
seres humanos que no tienen derechos (las nanas), sino el hecho de que algún
“desleal” socio del club hubiera tomado el pantallazo del post de Diez-Canseco
y lo hubiera hecho público, haciendo quedar al Regatas “como un club racista,
clasista y oligárquico” (sic).
Hasta allí, nada
fuera de lo usual en un club de esos donde las nanas acuden vestidas de blanco,
como para diferenciarlas del resto de las familias (ay, ¡no vayan a pensar que
es nuestra parienteee!); tienen un baño aparte, como en los mejores tiempos del
Apartheid; y no pueden usar, en ningún caso, la playa colindante para echarse
un chapuzón bajo el inclemente sol de este verano que arde, porque serían
expulsadas ipso pucho.
Lo que nadie dice es
que, tan escandaloso como estos actos de discriminación propiciados/aceptados
por la dirigencia del club más exclusivo de la ciudad (después del Club
Nacional, por cierto), es el hecho de que esa playa colindante esté vedada para
cualquier veraneante que no sea miembro o invitado, en un país donde, por ley,
las playas de mares, ríos o lagunas son espacios públicos a los nadie puede
impedir el libre acceso.
Seee, ya sé que me
saldrán con el viejo cuento de que esa playa no existía y que fue el club el
que la hizo, pero, así fuera cierto, no debería ser impedimento para que se
cumpla la ley sobre espacios públicos* (que no admite excepciones), del mismo
modo que el hecho de que yo siembre un lindo jardín en un lugar de uso común no
lo convierte en mi propiedad ni mucho menos.
Pero el Regatas no es
el único espacio donde una playa ha sido acaparada por particulares, violando
las leyes y el sentido común. Los condominios de Asia (Eicha para los habitúes)
siguen aplicando la misma norma para no dejar que nadie de otro tono de piel ni
condición económica vaya a bañarse en las playas a las que dan acceso. Las vías
que conducen al litoral son minúsculas, llenas de obstáculos y apenas se pueden
percibir entre edificio y edificio, como para que los veraneantes foráneos se
desanimen antes de llegar, salvo, claro, que se trate de un Michael Phelps que
pueda llegar nadando desde el otro lado de la playa.
Si, con todo, algún
visitante indeseado llegara a acercarse lo suficiente, se cuenta que hay
vecinos cercanos al boulevard que han echado mano a una imaginativa manera de
discriminar pegándola de buena gente: apenas llegas, aparece un amable
guachimán que te invita a abordar una combi que te llevará a otro balneario
cercano más acorde con tu condición de veraneante misio y donde puedas
encontrarte con gente parecida a ti. Es decir, gente que no tiene casa en
Eisha.
Lo más absurdo es
que, cada tanto, y año tras año, salen informes en los medios de comunicación
llamando la atención sobre estas evidentes violaciones a la ley, pero las
denuncias van a morir, literalmente, a la playa, porque las autoridades están
pintadas en la arena. Claro, ¿quién se atrevería a chocar con los “dueños” de
estas playas si, parafraseando a Carlos Malpica, muchos de ellos también se
alucinan los “dueños” del Perú?
* El artículo 1° de
la Ley N° 26856 dice a la letra: “Las playas del litoral de la República son
bienes de uso público, inalienables e imprescriptibles. Se entiende como playa
el área donde la costa se presenta como plana descubierta con declive suave
hacia el mar y formada de arena o piedra, canto rodado o arena entremezclada
con fango más una franja no menor de 50 metros de ancho paralela a la línea de
alta marea. El ingreso y uso de las playas es libre, salvo en los casos
señalados expresamente en la presente Ley”.
Maritza Espinoza
Domingo, 17 de Febrero del 2019
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