El Consejo de Ministros
que aprobó la Reforma Agraria duró 15 horas y 30 minutos. Para las personas
involucradas, duró mucho más.
1
A las 15:15 horas del
23 de junio de 1969, Juan Velasco Alvarado inició la sesión extraordinaria del
Consejo de Ministros, que había sido convocada de emergencia.
Velasco empezó diciendo
que se había visto obligado a convocarla “por razones de fuerza mayor”. Esas
razones eran “los acontecimientos de Huanta”, ocurridos apenas horas antes
Debido a eso, continuó
Velasco, el gobierno necesitaba “un golpe de efecto”. Por eso los había
convocado. En una reunión con los Comandantes Generales de las otras ramas de
las Fuerzas Armadas, “se ha visto en la necesidad de actuar rápidamente
promulgando la Ley de Reforma Agraria”.
Tenían el apoyo de
varios obispos de la Iglesia, que días antes habían publicado un comunicado
“con planteamientos muy avanzados”. Pero también tenían el garrote: Velasco
dijo que a los que intenten sabotear la reforma, les sería aplicada la Ley de
Seguridad Interior.
El proyecto de ley que
estaban por discutir había sido trabajado durante meses por una comisión que
contaba con la confianza del propio Velasco. La Sociedad Nacional Agraria, que
alguna vez fue la asociación más poderosa del país, había pedido
insistentemente integrar esa comisión.
Velasco dijo que,
aunque ellos no habían integrado la comisión “como es lógico”, habían recibido
sus sugerencias.
Era un cambio brusco.
“Lo lógico” era que la Sociedad Nacional Agraria estuviese fuera.
2
El 4 de octubre de
1968, en su oficina del Ministerio de Agricultura, Benjamín Samanez Concha
recibió una llamada telefónica de Leonidas Rodríguez, que estaba junto a
Enrique Gallegos. Querían conversar con él en Palacio de Gobierno.
Samanez conocía a
Gallegos desde 1962. La Junta Militar que presidía el país entonces, liderada
por los generales Nicolás Lindley y Ricardo Pérez Godoy, había iniciado una
reforma agraria en el Valle de La Convención, en Cusco. Era una medida
preventiva: la zona era escenario de movilizaciones campesinas y escaramuzas
armadas, y los militares creían que la mejor forma de evitar un rebrote no era
la pura represión, sino eliminar también la distribución injusta de la tierra y
acceder a varias de sus demandas. Hasta entonces, los hacendados de la zona
entregaban pequeñas parcelas de tierra a los campesinos a cambio de que estos
realizasen trabajo gratuito en su hacienda. Según Samanez, por “2 o 3
hectáreas” de tierra los campesinos debían realizar “cuatrocientas a quinientas
jornadas de trabajo”. Como era imposible realizar las cosechas y cumplir con
las jornadas a la vez, ellos terminaban involucrando a sus esposas e hijos.
Para tal fin, se creó
la Comisión Coordinadora de la Reforma Agraria, en la que trabajó Samanez: era
ingeniero agrónomo, era de Cusco y sabía quechua. Gallegos, que también era de
Cusco, era el representante del general Lindley ante la Comisión.
En julio de 1963, la
Junta Militar entregó la Presidencia a Fernando Belaúnde Terry, que había
ganado las elecciones. Pero el retorno de la democracia en el país no trajo
ninguna mejora sustantiva en el valle de la Convención. Según Samanez, la
reforma agraria se paralizó. Los hacendados que habían perdido sus tierras se
organizaban para recuperarla.
Para tratar de sacarla
adelante, Samanez buscaba al inicio a autoridades civiles, pero no encontró
receptividad. Decidió buscar entonces a los militares de la rama de
inteligencia del Ejército, a quienes había conocido en su trabajo en la
Comisión. Entre ellos, a Leonidas Rodríguez y Enrique Gallegos, que trabajaban
bajo la jefatura de Edgardo Mercado Jarrín. Según Samanez, en ellos encontraba
no solo receptividad sino mayor sensibilidad. Algunos conocían los casos de
abuso y explotación en persona. El objetivo de Samanez era que ellos elevasen
el tema al Ministerio de Guerra, y desde allí lograsen algún impulso.
El mismo 4 de octubre
Samanez Concha entró a Palacio de Gobierno con Lander Pacora, que trabajaba
junto a él en la Dirección de Reforma Agraria. Ahí estaban Rodríguez y Gallegos
junto a otros coroneles. Era su primer día como asesores del Presidente de la
República.
Le dijeron que lo
ocurrido el día anterior “no era un simple golpe”, sino un proceso de cambios.
Y una de las medidas a la que querían dar énfasis era la Reforma Agraria.
Samanez era escéptico y
se los dijo. Les pidió demostrar sus intenciones.
Conocía al nuevo
ministro de Agricultura, general José Benavides Benavides. Había sido Jefe de
Inteligencia del Ejército y sabía cómo pensaba.
-Quisiera ver que
Benavides autorice la expropiación de la Cerro de Pasco.
-¿Por qué la Cerro de
Pasco?
-Porque el Presidente
de la Cerro es su pariente.
Se refería a Alberto
Benavides de la Quintana, fundador de Buenaventura.
Según Samanez, las
haciendas de la Cerro de Pasco casi no habían sido afectadas por la ley de
Reforma Agraria de 1964. Solo expropiaron una parte del fundo, y para que el
resto sea afectado se necesitaba la aprobación expresa del Ministro de
Agricultura. Es decir, Benavides.
Los asesores le
pidieron 15 días para solucionarlo.
En algún momento de la
reunión, Samanez se encontró con Velasco. Lo vio fatigado y cansado. Velasco le
dijo que el objetivo del gobierno era realizar transformaciones. Que conocía el
problema agrario, que su equipo confiaba en él, que sabían de su trabajo. Que
colaborase con la Revolución.
Tres días después, en
la segunda sesión del Consejo de Ministros, el propio Velasco puso en agenda la
afectación de las haciendas de la Cerro de Pasco. Dijo que lo mejor era
“continuar con esa labor inmediatamente”. José Benavides parecía incómodo.
Respondió que no tenían un conocimiento claro de la situación, y esbozó varios
argumentos económicos sobre el tema para mostrar su complejidad. Los argumentos
económicos suelen ser la estrategia más eficaz para dilatar las cosas.
Velasco insistió:
ordenó que su ministerio haga un estudio del tema, y que lo tratarían la semana
siguiente. Benavides aceptó, pero hizo una demanda: que no volviesen a llamar a
ninguno de los funcionarios de su Ministerio sin su conocimiento. Sabía que
Samanez y Pacori habían asistido a Palacio de Gobierno.
Recién el 31 de octubre
el Consejo de Ministros volvió a tratar el tema de la Cerro de Pasco. Antes de
fin de mes se había cumplido el pedido de Samanez. En aquella sesión, el
ministro Benavides informó que ese fin de semana debía realizarse una
Exposición Agropecuaria, y que él había preparado “un discurso que contenía los
lineamientos generales de la política agraria”. Dada la importancia del evento,
creía que quien debía exponerlo era el propio Velasco, en su condición de
Presidente.
Benavides leyó el discurso
ante el Consejo. Muchos de los ministros hicieron cambios.
Exponer los
lineamientos de la política agraria en aquel evento hubiese implicado para
Velasco un compromiso público. En ese momento, su posición no era mayoritaria
entre los ministros. En la práctica, estaba casi solo.
Velasco dijo que no
asistiría al evento. La exposición debía darla Benavides.
3
Antes de discutir el
proyecto de ley de Reforma Agraria, el ministro del Interior explicó al Consejo
lo ocurrido en Huanta. Era lo usual en el gobierno militar. Hasta entonces,
todas los Consejos de Ministros empezaban con el ministro del Interior explicando
las actividades de los opositores. Como si se tratase de una guerra, primero
empezaban analizando las posiciones del enemigo.
El ministro del
Interior concluyó que lo ocurrido en Huanta, que graficó como una serie de
violentos ataques a las instituciones del Estado, “no era un ataque espontáneo”
sino que debía haber sido dirigido por algún partido político desde Lima.
Velasco, por su parte,
pidió al ministro de Educación restablecer la gratuidad de la enseñanza para la
secundaria. El ministro le pidió volver “entre 5 y 6 de la tarde” para
presentar un proyecto de ley.
Allí recién empezaron a
discutir la reforma agraria.
4
En 1967, el Instituto
de Estudios Peruanos editó un pequeño libro titulado “La Hacienda en el Perú”.
En el ejemplar que tenía Guillermo Figallo hay una dedicatoria en la página
inicial, al lado derecho de un mapa:
“Para Guillermo
Figallo, en caminos confluentes donde debemos caminar para acabar con un ritmo
que no nos es eficaz”.
La firma es de José
Matos Mar, uno de los autores del libro. La fecha es 30 de noviembre de 1968.
Figallo leyó el libro y
marcó algunas secciones. Con lapicero, corrigió las cifras de un cuadro de
distribución de las haciendas según su área cultivable. En el párrafo que
refería a Magdalena Vieja y Aucallama, los primeros “pueblos indígenas”
fundados por el Marqués de Cañete en 1560 y 1561, marcó tres líneas lapicero
azul y escribió al lado la palabra “Comunidad”. En otra página, subrayó la
siguiente línea: “el servicio personal (en las haciendas) fue gratuito hasta
1601 (…) y se logró su regulación definitiva en 1687”.
En la página 253, marcó
buena parte de un párrafo con lápiz y escribió a su lado una palabra que se ha
borrado con los años. Una de las secciones señaladas dice:
“De hecho, (las gentes
de hacienda) constituyen, en el interior de la estructura social de la región,
una casta aparte. Les está negado el derecho a desplazarse; están ligados a la
tierra en que han nacido y de la que no pueden salir sino escapándose. El
derecho de propiedad les es negado; no pueden, sin autorización del patrón,
comprar o vender. Se les rehúsa el derecho de promoción social; ninguna
hacienda tiene escuela y los hacendados exigen que la mano de obra se dirija a
ellos en quechua. Por último, hasta hace poco, las ‘gentes de hacienda’
dependían únicamente de la justicia del patrón”.
La oración culmina con
una referencia a la nota al pie número 12. Al final de la página se lee:
“(12) En 1958, un
hacendado de Lircay hizo mutilar a uno de sus trabajadores de hacienda que le
había ‘faltado el respeto’: el trabajador en cuestión no se había arrodillado
de él ni le había besado la mano”.
5
El reciente ministro de
Agricultura, general José Barandiarán Pagador, expuso la ley y dijo que esta
“efectuará un cambio muy profundo y real de las estructuras”. Al final, para
sustentar que ese proyecto estaba dentro de lo ofrecido por el gobierno
militar, leyó el segundo punto del Manifiesto Revolucionario: el objetivo del
gobierno era “transformar la Estructura del Estado”, promover a niveles de vida
dignos “a los sectores menos favorecidos de la población”, y realizar “las
transformaciones de las estructuras económicas, sociales y culturales del
país”.
Luego, leyeron el
proyecto de ley artículo por artículo. El Consejo de Ministros se declaraba en
sesión permanente.
6
El 5 de mayo de 1969,
la delegación peruana encargada de resolver los problemas legales derivados de
la expropiación de la International Petroleum Company asistió a la Casa Blanca,
en Washington. Habían sido invitados por el entonces Presidente Richard Nixon.
La conversación en la
Sala Oval fue distendida. No tocaron de forma abierta el tema IPC. Según Arturo
Valdés Palacio, que estuvo en la reunión, fue una suma de buenos deseos junto
al interés de Nixon por saber quiénes eran ellos, qué hacía cada uno en el
gobierno militar, qué querían hacer con el Perú.
En un momento, Nixon le
preguntó al general Marco Fernández Baca, jefe de la delegación peruana y que
semanas después sería el primer presidente de Petroperú, qué sería lo primero
que haría él si el gobierno estuviese en sus manos y tuviese todos los medios
necesarios. Atender la educación, contestó Fernández Baca. En el Perú muchos
escolares no tenían útiles o siquiera carpetas, especialmente en la sierra.
Nixon miró a Valdés.
Según narró él mismo, se le había escapado una mueca cuando escuchó la
respuesta del jefe de la delegación. Nixon le hizo la misma pregunta a Valdés:
¿qué haría él primero?
La reforma agraria,
contestó Valdés.
La delegación peruana
salió de la reunión en fila india. En uno de los corredores de la Casa Blanca,
Fernández Baca volteó hacia Valdés, que estaba detrás suyo, y le preguntó por
qué creía que la reforma agraria era prioritaria sobre la educación.
Porque para poder
educarse primero hay que comer, le respondió.
7
Para junio de 1969, la
discusión pública había dejado de ser si debía o no hacerse la reforma. La
discusión era cómo debía ser esta: si una moderada que contemplase
principalmente las improductivas y abusivas haciendas de la sierra sur, o una
radical que incluyese también a los modernos y productivos latifundios de la
costa norte.
Cuando Velasco inició
su gobierno estaba en minoría. Pese a ser Presidente, las salidas radicales
estaban casi bloqueadas. Tuvo que esperar. El Consejo de Ministros fue
cambiando lentamente. Pases al retiro. Renuncias. Y en el caso de la Reforma
Agraria, tuvo también que maniobrar hasta conseguir la salida radical.
La Reforma Agraria no
era solo un tema económico. Era un tema de poder. Quién lo tenía y cómo lo
habían ejercido. Cómo se les debía arrebatar ese poder. Finalmente, a quién
había que entregárselo. Por supuesto, la pregunta final fue, a la larga, la más
difícil de responder.
Para un gran sector de
peruanos, la reforma agraria implicó la restitución de derechos. Para otros fue
mucho más: por fin tenían derechos. La cuestión agraria, por supuesto, excedía
largamente la pregunta por la productividad.
Durante ese 23 de
junio, Velasco creía realmente que la reforma agraria estaba en peligro. Que la
oligarquía y la derecha estaban preparando sabotajes contra la medida y contra
el gobierno. La sesión de Consejo se manejó como si fuese una operación de
guerra. Nadie salía de Palacio hasta que no estuviese lista la ley. Prepararon
operativos para responder con dureza a la previsible respuesta oligárquica.
Establecieron que los saboteadores serían juzgados en el Fuero Militar. Pero
nada de esto ocurrió. No hizo falta. Aunque casi nadie lo sospechaba, la
oligarquía en el Perú murió con displicencia. Sin pelear.
8
La primera comisión
para redactar la nueva Ley de Reforma Agraria estaba presidida por el mismo
Benavides. Solo dos de sus integrantes querían una reforma más radical y se
sentían claramente en minoría: Guillermo Figallo y Benjamín Samanez.
Cuando estuvo listo el
proyecto de ley, Benavides lo presentó al Consejo de Ministros. Antes del día
de la sesión, Figallo y Samanez se reunieron con el Comité de Asesores de la
Presidencia (COAP), donde estaban, por supuesto, Leonidas Rodríguez, Enrique
Gallegos y Arturo Valdés Palacio.
Figallo y Adrianzén les
dijeron que la ley que iba a presentar Benavides “era una mera copia de la ley
anterior”, aprobada en el gobierno de Fernando Belaúnde. Había que evitar su
aprobación. Aunque ninguno de los que estaba allí era ministro, el jefe de la
COAP asistía con voz a los Consejos. José Graham, que era el jefe, estaba de
viaje. Su reemplazo temporal era Leonidas Rodríguez.
Según Samanez, tras la
exposición del proyecto de reforma agraria de Benavides, Rodríguez pidió la
palabra y dijo que el tema era muy delicado, y que lo mejor era analizarlo y
reestructurarlo. También que él tenía reparos en lo referido a las haciendas
azucareras del norte, pues no eran tocadas por ese proyecto de ley.
Esta discordancia
seguramente causó tensión en el Consejo. Al final, Velasco, que sabía ya de
este impasse, planteó que se crease una nueva comisión que revisase el proyecto
presentado. A ella se le sumaron nuevos miembros: además de Samanez y Figallo,
estuvieron Arturo Valdés Palacio y el propio Leonidas Rodríguez. Ya no eran
minoría. Querían una reforma estructural, no una convencional. “Masiva. Rápida.
Drástica”, resumiría Samanez años después.
La comisión trabajó
desde marzo hasta fines de mayo de 1969. Según Samanez, trabajaban todos los
días, entre las tres de la tarde y las diez de la noche en una sala de Palacio.
A veces, mientras discutían, se daban cuenta de que Velasco estaba detrás suyo.
Entraba sin que se diesen cuenta. Velasco pedía información, documentación,
hacía preguntas.
En medio del trabajo de
la comisión, José Benavides dejó de ser ministro y fue reemplazado por el
general Jorge Barandiarán Pagador. A diferencia de Benavides, Barandiarán
avalaba el nuevo proyecto de ley.
Samanez relata que,
tras presentar el nuevo proyecto de ley, quedó pendiente la fecha de
promulgación. Hasta que el 23 de junio a las 6 de la mañana lo llamaron a su
casa. Le pidieron que vaya ese día a Palacio de Gobierno.
9
La sesión del Consejo
terminó recién a las 5:45 de la mañana del 24 de junio de 1969. Había durado en
total 15 y horas y 30 minutos.
Horas después, Velasco
leería su discurso con su usual voz carrasposa. Poco antes de terminar, dijo
que presentaba la ley con “la emoción profunda de una misión y un deber
cumplidos”. Segundos después, recitó la frase “Campesino, el patrón ya no
comerá más tu pobreza” para cerrar con un sobrio “Viva el Perú, señores”. Para
entonces, Velasco llevaba más de 24 horas sin dormir.
Se aprobaron tres
Decretos Leyes. El primero, 17716, establecía la Ley de Reforma Agraria. El
segundo, 17717, establecía la gratuidad de la enseñanza en primaria y
secundaria, salvo para los alumnos que jalasen 2 o más cursos o no asistan a
clase.
El tercero, 17718,
establecía el Día del Campesino.
Cuando acabó la sesión
y ya los ministros se habían parado de los asientos, alguien hizo notar un
detalle. Según la nueva ley, la Reforma Agraria se haría por zonas. Pero
faltaba indicar en qué zona se iniciaría la Reforma ese mismo día.
10
En enero de 1969, el
periodista Enrique Fairlie fue hasta el Despacho Presidencial de Palacio de
Gobierno para entrevistar a Velasco.
Aunque estilizó de
forma excesiva las respuestas de Velasco, volviéndolas muchas veces
artificiales, hay cosas que Fairlie sí pudo retratar: Velasco invitándole sus
cigarrillos negros, Velasco hablando de su misión personal. Velasco
ofuscándose.
El relato empieza con
Velasco hablándole emocionado de los “cinco millones de indígenas” que seguían
marginados en el país. Más adelante, le preguntó cómo procedía el Gobierno
Revolucionario. ¿Basándose en sus propios métodos, o en la Constitución?
-En el Estatuto
Revolucionario, primero, y en la Constitución después.
Velasco parecía
ofuscado.
-Esto es una
Revolución. ¿Se entiende? Revolución. Si es pacífica y tranquila, tanto mejor.
En otro momento,
Fairlie le preguntó si había pensado en la posibilidad de que el Gobierno
Revolucionario fracase en sus propósitos.
-¿Y por qué habríamos
de fracasar? –contestó Velasco.
El periodista insistió.
Los problemas económicos que atravesaba el Perú complicaban el panorama, le
dijo. Velasco avanzó en su respuesta: el juramento que habían hecho era cumplir
con el Estatuto Revolucionario. Estaban avanzando con tranquilidad, pero “no
podemos detenernos, porque somos la última oportunidad”. Insistió en que podría
ofrecer su vida para conseguir los objetivos políticos de la Revolución. “Nada
me importa. Cualquier tiempo es bueno para morir”.
Cuando le preguntó
sobre el ritmo de las comisiones investigadoras, y por qué estas demoraban
tanto, Velasco dijo una frase que bien puede aplicarse a la paciencia que tuvo
en su primer año de gobierno.
-‘Despacito, que voy
apurado’. Ese es nuestro lema.
11
Samanez, que había
estado en Palacio durante toda la sesión de Consejo para resolver las dudas y
preguntas de los ministros, relató que ya había conversado de eso antes con el
ministro Barandiarán. Seguramente fue este último quien hizo la propuesta ante
los ministros: debía iniciarse por las haciendas del norte. Todos aprobaron.
Cuando salieron del
Consejo, Samanez encontró a varios ministros eufóricos. Uno de ellos, Aníbal
Meza Cuadra, se acercó a él y le dijo:
-¡Esto es lo que
queríamos hacer!
12
Cincuenta años después
de aquel día, la Reforma Agraria sigue siendo un tema de debate. Acaso ahora
más que antes. Hace veinte años el consenso era negativo. Ahora está en
disputa.
Por supuesto, la visión
sobre la pertinencia o no de la Reforma depende muchas veces de la posición
social, y hasta geográfica. En la sierra sur, por ejemplo, el recuerdo de la
Reforma Agraria y de Velasco es más positivo que en Lima. Además, los
detractores suelen tener mucho más poder y más alcance que las personas
beneficiadas por la Reforma.
Pero los testimonios
pueden romper esta norma. En el libro “Urin Parcco y Hanan Parcco”, de la
antropóloga Mercedes Crisóstomo, hay 67 entrevistas a personas mayores de las
comunidades Buenos Aires Parco Chacapunco y San José de Parco Alto, ubicadas en
Angaraes, Huancavelica. Ambas comunidades formaban parte de una sola hacienda:
la hacienda Parcco.
En el libro, los
entrevistados narran sus vivencias durante la época de la hacienda y la Reforma
Agraria. No es una masa informe y distante. Son personas con nombre propio,
edad y hasta fotografía. Son de carne y hueso.
Isabel Buendía Lázaro,
de 67 años, recuerda un día en que el patrón le pegó a su papá: “’¡Carajo,
mierda, a mi toro lo has matado por no cuidar bien!’, diciendo le ha pegado a
mi papá. Con la cachetada le había sacado sangre de la nariz y yo lloraba dando
vuelta e un lado a otro”.
Mauro Yancari
Ñahuincopa, de 78 años, narra las dificultades que tuvo para estudiar:
“Recuerdo que mi papá nos ha puesto en Manyacc a una escuela, y a mi papá le
había llamado (el patrón) y le había dicho: ‘¿para qué has puesto a tu hijo?
¿Acaso va a ser ingeniero, o doctor?’, diciendo le pegó”.
Igidia Buendía
Ñahuincopa, de 80 años, cuenta cómo era servir en la casa del patrón: “No nos
servían la comida. Había una cocinera, una tal Pancha. Ella sin que le vea nos
daba comida; nos servía sopita (…) En la mita lloraba mucho, con mi mantita, mi
faldita me ponía. Rosa Patiño nos hacía dormir así: en el suelo”.
Justina Urbina de
Ñahuincopa, de 73 años, tuvo una experiencia similar cuando cuidó a la esposa y
la hija del patrón en su casa: “Ni siquiera nos invitaba la comida que mandaba
cocinar (…) Yo dormía en su lado de la cama, en el suelo. Nos daba un pellejo
de oveja y una frazadita vieja. Así era”.
Juan Velasco Alvarado
murió convencido del fracaso de la Revolución, y por ende de su propio fracaso.
La gente por la que había hecho la Revolución no lo había apoyado. No salieron
en su defensa. Sí, había destrozado a la oligarquía, ¿pero quién aseguraba que
eso era perenne?
Murió creyendo que
nadie lo entendió. Que nadie defendía la Revolución. Que lo que hizo, al final,
no sirvió para nada.
Así se lo hizo saber al
general Aníbal Meza Cuadra, uno de sus pocos amigos, que lo visitó hasta el
final en su casa de La Aurora.
-Para terminar así, más
valdría no haber hecho nada.
Velasco no pudo ver la
importancia que tendría la Reforma Agraria. Tampoco pudo ver el Perú más
popular y horizontal que vino después de él, casi a causa de él. Menos aún que,
cincuenta años después, habría varios bustos con su rostro a lo largo del país,
decenas de colegios que llevan su nombre, miles de personas que lo recuerdan
con cariño.
Esteban Taipe Crispín,
de 66 años, encuentra la vida de Velasco muy parecida a la suya. Entiende lo
que hizo, porque era como él. “Dice él (Velasco) también era hijo del sirviente
de un hacendado. De niño miraba cómo el patrón le pegaba a su padre. Iba a su
estudio descalzo, jugaba fútbol haciendo una pelota de trapos. Por eso, Dios le
habrá ayudado. Por eso entró a la Fuerza Armada y fue presidente”.
Celestino Unocc Belito,
de 65 años, dice que en la comunidad “estamos agradecidos con él hasta hoy
nuestros días. Por eso, el colegio lleva su nombre, para que no nos olvidemos
su nombre”.
Juan Huarancca Sedano,
de ochenta años, lo resume mejor:
-Nosotros decimos: si
estaría vivo hoy, le regalaríamos nuestra vaquita.
Publicado por LaMula.pe
Comunícate con nosotros
al 980707028, 943468308 y al 589-2103; y, Escúchanos en “Al Rojo Vivo” de lunes
a viernes de 9 a.m. a 11 a.m. por los 107.1 de ACTIVA RADIO en #Cañete y por el
siguiente enlace: http://www.activa1071.com/
Comentarios