HIPÓLITO UNANUE CON LA INSIGNIA DE LA ORDEN
DEL SOL, POR JOSÉ GIL DE CASTRO.
Carmen McEvoy publicó en su columna de
El Comercio, de el 14 pasado, una remembranza de nuestros ilustrados, que desde
antes de la llegada de los ejércitos extranjeros combatieron con el pensamiento
y la acción por nuestra emancipación y la creación de un Perú nuevo con las
ideas revolucionarias de entonces, que dieron origen a la independencia de los
EEUU, la Revolución Francesa, el liberalismo en Inglaterra y las Cortes de
Cádiz en España.
El Perú, que ya existía como nación
desde antes de la república, con sus diversas formas de verla según sus
territorios y sus culturas, tenía en esta elite intelectual una visión de su
futuro y que ha sido el que heredamos.
En este artículo McEvoy hace referencia
a algunos de ellos, Sánchez Carrión, Lorenzo de Vidaurre y especialmente, de
Hipólito Unanue. En la semblanza que realizó encontré una valoración del sabio
similar a la de Jorge Basadre, que entre otras muchas cosas escribió:
“Simboliza Unanue, fundamentalmente, la realidad, por algunos desconocida, de
que el Perú existe desde antes de la independencia y marca un sentido de
continuidad entre las dos épocas; sin que ello implique afrenta ni desdoro,
sino, antes bien, honra y prestigio”.
Más adelante añadió: “Unanue se queda y
se queda para hacer cosas, para cumplir una misión, para ayudar a nacer a la
Patria soberana. Y no porque sienta la sensualidad de la política, o la
esperanza de goces y prebendas, ni porque su temperamento sea de torrencial
activismo, tortuosa ambición o histriónica audacia. Por el contrario, se trata
de un hombre sereno reflexivo, honrado, bondadoso. En primer lugar, ocurre que
se le llama; él no busca las situaciones de comando o responsabilidad sino
ellas llegan hasta él con natural, obligada secuencia”.
En su columna, Carmen McEvoy compara,
con todo el peso del lastre histórico, a los políticos íntegros de la fundación
de nuestra república con los políticos de hoy: “Cuando veo con tristeza lo bajo
que ha caído la política peruana y la pobreza intelectual y moral de los
llamados “padres de la patria”, vuelvo a las obras y al ejemplo de vida de
nuestros ilustrados. Inimaginable un Hipólito Unanue con orden de captura
internacional por cobrar millones de dólares en comisiones o a un Faustino
Sánchez Carrión haciendo lobby o blindando a delincuentes. Lo que ellos más
bien hicieron fue pensar en el Perú, colaborando no solo en acrecentar su buen
nombre sino ideando maneras de fortalecer su sistema institucional”.
Esto parece que no gustó en ciertos,
pequeños pero ruidosos, círculos de intelectuales y académicos –principalmente
de la PUCP- que arremetieron contra la historiadora utilizando a Unanue como
campo de batalla, desprestigiando al prócer y de esta manera descalificando a
McEvoy por ponerlo de ejemplo.
Quien inicia lo que sería viral en el
Facebook de un cierto sector social, ha sido el historiador José Carlos de la
Puente, profesor asociado de historia en la Universidad de Texas, quien el
mismo 14 de julio publicó en su muro:
“Leí la acostumbrada columna dominical
de la profesora Carmen McEvoy en El Comercio (“Los ilustrados”) y me vino
inmediatamente a la mente un dato que, por razones misteriosas, he retenido
desde que, en el pregrado en Historia de la PUCP, leí “La deuda defraudada”, de
Alfonso Quiroz: con casi un centenar de esclavos, los descendientes de Hipólito
Unanue estuvieron entre los principales indemnizados por el decreto de
manumisión de esclavos de 1855. A la evocadora escena citada por McEvoy—las
“plácidas caminatas” del anciano Unanue, alejado ya de la vida pública y
acompañado del ex presidente chileno Bernardo O’Higgins, “con el atardecer
cañetano sobre sus sienes”—se podría agregar esta otra, de similar poder
evocador y de la pluma de uno de sus descendientes: “Por las noches, después de
la comida, [Unanue] rezaba el Rosario, y en los días de fiesta, la capilla de
San Juan de Arona se engalanaba con un coro de esclavos negros de la hacienda,
que entonaban las letanías y los salmos, siendo acompañados por un organista
igualmente esclavo”. Y es que el Unanue tribuno, prohombre e ilustrado que nos
presenta McEvoy era también el hacendado de significativa fortuna cuya apacible
vida en el fundo del valle de Cañete que llevaría su nombre, rodeado de su
familia, reposaba, en gran medida, en el trabajo esclavo de todas esas otras
familias, por cuya libertad José Unanue tendría la desfachatez de cobrar, como
cosa propia, casi 25,000 pesos en 1855 (Demetrio O’Higgins cobró una suma
similar por 83 esclavos declarados en el papel).
En efecto, como señala Quiroz en un
libro subsecuente, hacendados como los Unanue no dudaron en cobrar un total de
casi 8 millones de pesos del erario nacional como compensación por la pérdida
de su “propiedad” humana, un proceso que, como advierte el mismo historiador, “estuvo
cargado de favoritismo [y] plagado de inexactitudes, especulación y reclamos
exagerados o abiertamente fraudulentos”. El propio Unanue se quejaría en su
memoria testamentaria de 1833 de que las guerras de Independencia habían
“arruinado” las referidas haciendas cañetanas “con la extracción de esclavos
para soldados” (el dato proviene del libro de Ricardo Álvarez, disponible en
línea).
Algunos me dirán que Unanue fue un
hombre de su tiempo y que así hay que comprenderlo. Ése es precisamente el
punto. No es que el “sabio” Unanue de McEvoy sea menos real o histórico que el
que describo. Por el contrario, el mismo personaje que, según McEvoy,
“dignificó y elevó el nombre del Perú” con su servicio público, un hombre tan
preocupado por el Estado, las instituciones y la posteridad, no parecía
percibir la contradicción inherente al acto de declararse en deuda con la
Ilustración y, a la vez, negar uno de sus principios fundamentales—la
libertad—a miles de seres humanos en un Perú en el que supuestamente todos seríamos
libres. Ése es también el contradictorio legado de los “ilustrados” sobre
quienes escribe McEvoy. ¿Qué habrían pensado esos hombres y mujeres
esclavizados en la Hacienda Arona si, merced a una imaginaria bola de cristal,
hubiesen podido ver que, 165 años después, los historiadores estaríamos
celebrando a sus amos ilustrados por su civismo y “su sentido de transcendencia
y belleza”? Es obligación de los historiadores ir más allá de las evocaciones
nostálgicas de estos “padres de la patria” para tratar de rescatar esas otras
voces y sus experiencias también. De la misma forma, es nuestra obligación
explicar el rol que les cupo a personajes como Unanue, Vidaurre o Sánchez
Carrión, y a los de su clase, en la forja del Perú de injusticias y
desigualdades del siglo XIX. Lo contrario es claudicar ante nuestra principal
responsabilidad para con el resto de la sociedad. Si de Historia se trata, sólo
construiremos ciudadanía desde una actitud crítica hacia nuestro pasado. La
Historia se extingue, en cambio, allí donde ya no somos capaces de contrastar
discursos con prácticas”.
El texto estaba acompañado de esta foto
del Archivo Courret -parece que de los años de la invasión chilena- y que
sirvió para ilustrar “cómo había sido la relación del prócer con sus esclavos”.
La evidente y flagrante confusión en el
texto del Dr. de la Puente, entre Hipólito y su hijo José, en la venta de sus
esclavos al estado peruano para darles la libertad, originó una gran discusión
acerca de Unanue, la esclavitud, la corrupción y el benévolo e impropio trato
que McEvoy hace del “prócer esclavista”. No sé cómo la historiadora habrá
tomado esta crítica, si se habrá enterado y si responderá a ésta. Eso es asunto
de ella, pero en lo referente a Hipólito Unanue, a todos los peruanos sí nos
concierne y por ello estoy publicando esta crónica de los tiempos del Facebook,
tratando de limpiar su nombre.
Cuando nuestro héroe llega a Lima es
protegido por la familia de la nobleza criolla de Don Agustín Hipólito de
Landaburu y Pérez de Ribera y su esposa Doña Mariana de Belzunce y Salazar,
condesa viuda de Casa Dávalos, esto facilitó su introducción a la élite
aristocrática virreinal y su ingreso a la Real y Pontificia Universidad de San
Marcos. Hipólito perdió a su padre poco tiempo después de nacer y no tuvo
fortuna familiar, su sapiencia y calidad humana le abrieron las puertas de la
cerrada sociedad limeña y del poder gubernamental, desde los virreyes hasta San
Martín y Bolivar. Paralelamente, así como Hipólito se convirtió en un político
intelectual, fue un científico de la medicina, un miembro reconocido de
sociedades científicas europeas como la “Real Academia Médica de Madrid, la
Academia de Ciencias de Baviera, la Academia Linneana de París y Academias
Filosóficas de Filadelfia y Nueva York”. En 1816 fue incorporado por la Real
Academia de Ciencias de Munich. Mantuvo también correspondencia con importantes
científicos europeos y estadounidenses. Esa formación y experiencia le
permitieron impulsar la modernización de las instituciones médicas del
virreinato y la creación del Anfiteatro Anatómico y la Escuela de Medicina
donde fue profesor.
Él hereda la hacienda de los Landaburu y
es allá donde acude para su retiro. Nada me hace pensar que el médico, profesor
y hombre entregado a la docencia y a servir a la gente fuera diferente con los
esclavos de la hacienda. Pasados los 60 años la gente ya no cambia, profundiza
sus cualidades y defectos, es por ello que creo que él en Cañete atendió a los
enfermos de su hacienda y haciendas vecinas con el mismo sentido de humanidad
que demostró en su vida pública como médico y como hombre de estado.
Que su hijo José le salió calabaza y
actuó de manera diferente a él en su forma de vida, no es de extrañar y no se
le puede responsabilizar por los actos de éste. De la misma manera que los
padres de nuestros últimos presidentes no tienen responsabilidad de los delitos
de corrupción y villanías de los hijos.
Alfonso W. Quiroz es citado para
“demostrar la corrupción de Unanue”, sin embargo se obvia el juicio que hace
sobre él, específicamente de su rol durante el gobierno de Bolívar en el
contexto del saqueo y expropiaciones que hicieron los militares para financiar
las campañas y su riqueza personal. Quiroz apunta: “Hipólito Unanue, el
ministro de Hacienda de Bolívar, y José de Larrea y Loredo, su sucesor,
manifestaron preocupación por los excesos y el caos fiscal atribuidos a Gamarra
y otras autoridades de provincias”. (Pág. 105. Historia de la corrupción en el
Perú. IEP-IDL). Explícitamente excluye a Unanue de los actos de corrupción y lo
cita como ejemplo de decencia. ¿Por qué continuó en el gobierno?. Cito a
Basadre nuevamente: “Continuó al lado de Bolívar durante casi dos años después
de Ayacucho porque le obsesionaba la idea de conservar y consolidar la paz” y
añade: “Quien anhelara un Perú libre de la dominación española tenía que estar
con Bolívar”.
Si de herencia familiar se trata habría
que dedicarle unas líneas a su hija Francisca, a quien el sabio educó
directamente y que dicen que se casó con Pedro Paz Soldán y Ureta “porque tenía
una gran biblioteca”. Ellos serían los padres de Pedro Manuel Nicolás Paz
Soldán y Unanue, el poeta y periodista que firmó como Juan de Arona y se le
reconoce como fundador de la lexicografía peruana con su Diccionario de
peruanismos. La descendencia de Unanue llega en nuestro tiempo al caviar Diego
García Sayán Larrabure y al franquista Juan Luis Cipriani Thorne. ¿Se le puede
acusar de esto a Hipólito?.
Volviendo a nuestro ilustre historiador
en Texas, su texto encontró una rápida acogida entre un sector de coleguitas y
académicos de la PUCP que, como chispa encendió la pradera feisbukiana, con los
likes y compartidos amicales para mostrar la preocupación que existe acerca de
la esclavitud –un capítulo de nuestra Historia del cual ciertamente se ha
hablado poco-, la grave ignorancia acerca de la vida y obra de los fundadores
de la república y la liviandad que puede existir en un medio intelectual del
cual uno esperaría más rigor y prudencia en el juicio y la aseveración.
Encuentro que entre muchos peruanos persiste una clara ausencia de identidad,
de desubicación, con respecto a nuestra Historia y a los valores liberales,
republicanos, que fundamentan los valores de nuestra democracia.
Ocurrió algo extraño en el devenir de
esta publicación. El “compartido” en el grupo “Antiguas haciendas de Lima” por
la arquitecta Dafna Frenk –quien ha tomado magníficas fotos del Castillo
Unanue- desapareció, fue eliminado, como borrados también los comentarios en su
muro. En el primero se realizó una magnífica polémica que, entre otras, logré
rescatar una respuesta del Dr. de la Puente a Rosa María Gastañeta Alayza, ante
un muro cerrado a la intervención él le contesta: “Lo que no puedes hacer es
obligarme a leer tu opinión en mi muro”. Lo cual l.q.q.d. es que nuestro
historiador teme ser encarado públicamente, seguramente porque ya se dio cuenta
que metió las cuatro con sus afirmaciones y teme del ridículo en las aulas de Pando,
más aún estando tan lejos, tan cerca.
Para no hacerla más larga de lo que ya
está esta semblanza de la vida cotidiana en las redes sociales, voy a publicar
los diálogos y polémicas generadas para que usted, amiga lectora, amigo lector,
juzgue por sí mismo y no se deje manipular por este escribiente admirador del
prócer Don Hipólito Unanue y Pavón.
Estas son las respuestas al post del Dr.
de la Puente. Las más importantes y valiosas las de Irma del Aguila,
contundentes.
Para culminar vuelvo a
Basadre: “Vive peligrosamente, alimentado por la nativa sanidad de sus
instintos por su capacidad de trabajo, por su saber. No es alarde vano cuando
dice: "Cuántos disgustos y contrariedades han oprimido mi alma, cuántos
peligros han amenazado mi existencia". Y agrega: "Los hombres,
algunos hombres son más peligrosos y dañinos que la Naturaleza".
Y como si su época
estuviera detenida en el tiempo, para algunos peruanos de hoy como de ayer: “En
la paz de su hacienda de Cañete, rodeado del olvido y de la ingratitud, vivió
hasta 1833”. JB.
Jorge Delgado – LaMula.pe
– 24-07-2019
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