Irma del Águila explica que ver es el
acto físico, mientras que mirar es un proceso cultural y en el Perú hay una
pluralidad de miradas. (Foto: José Rojas)
AMET AGUIRRE
Actualizado el 30/04/2020 a las 07:00
Para Irma del Águila, la relación
entre la sociología y la escritura tiene que ver con la mirada sobre la
realidad. Ella explica que ver es un acto físico, mientras que mirar es un
proceso cultural. Sus ojos estuvieron puestos en Haití durante cuatro años, adonde
llegó por primera vez como parte de una misión conjunta de la OEA y la ONU.
Esa experiencia fue muy intensa, pues
se instaló fuera de la capital haitiana, en poblaciones aledañas donde tuvo que
aprender a hablar el kreyòl, una lengua heredada de la cultura africana que
tiene una predominante influencia en el país. La mayoría de personas con las
que Irma trabajó eran analfabetos y contaban lo que habían atravesado como un
relato atropellado y circular. “El trauma y el dolor siempre estaba en tiempo
presente”, recuerda Del Águila.
Esas formas de narrar, de alguna
manera, influyeron en su prosa cuando empezó a escribir. De hecho, su primera
novela está ambientada en Haití y recrea la intervención militar norteamericana
que precedió a la ocupación del país por parte de las Naciones Unidas. Pero el
momento clave en el que la socióloga decidió escribir de manera más seria fue
mientras vivía en Cusco.
Renunció a su trabajo, volvió a Lima y
se abocó a la literatura. La publicación más reciente de su obra ha sido El
hombre que hablaba del cielo, ganadora del III Premio de novela breve de la
Cámara Peruana del Libro. Ahí cuenta una parte de la historia del Perú del
siglo XVII, cuando Lima estaba asediada por piratas y corsarios. El miedo había
invadido a los ciudadanos y, en un combate en el mar de Cañete, un piloto
perulero cae prisionero de corsarios holandeses. Del Águila nos habla de las
invenciones y los temores que nos acompañan como ahora en los tiempos del
coronavirus, pero hace unos cuatrocientos años.
¿Qué experiencias recuerda de su
trabajo en Haití?
Tuve ocasión de asistir a una
ceremonia vudú en homenaje al barón Samedí, el espíritu de los cementerios. La
gente va tomando una especie de ron, hecho con caña de azúcar y perfumado con
especies; bailan alrededor de un sacerdote del vudú y un bastón ceremonial de
forma fálica. Las mujeres van entrando en éxtasis y durante el clímax del rito,
el sacerdote adquiere la voz del barón Samedí, que es un sujeto parecido al
dios de la guerra. Son otros referentes culturales. Fue una experiencia muy
rica para aceptar que hay otros principios de realidad.
En su experiencia como veedora en
Colombia, ¿cree que existe algún punto de comparación con el Perú respecto a
los tiempos violentos?
Después del proceso del acuerdo de paz
hubo brotes de violencia significativos contra líderes sociales, representantes
indígenas. Con ello se constata que un acuerdo de paz no necesariamente trae la
paz de manera inmediata, sobre todo cuando hubo un periodo tan extenso en de
enfrentamiento entre el Estado e insurgentes. El deponer las armas significa
también un vacío de poder en gran parte del territorio, que está siendo
cubierto por paramilitares, el narcotráfico, la guerrilla disidente. Es muy
difícil imponer la paz. Se necesita de muchos consensos.
En el siglo XVII, los corsarios
holandeses llegaron a las costas de Lima y se enfrentaron a los españoles en un
combate que dejó 500 muertos. (Foto: José Rojas)
¿Cómo esa mirada desde el punto
sociológico se trasvasa hacia su literatura?
Una cosa es ver con los ojos y otra
cosa es el fenómeno social de mirar. Puede haber distintas miradas culturales y
eso es lo que a mí me fascina, sobre todo por la diversidad de nuestro país. Yo
suelo contar un ejemplo histórico.
¿Cuál?
Cuando el Inca Garcilaso de la Vega
tenía 19 años decidió viajar a España. En su último día en Cusco se despide de
su tío, el jefe de la panaca. Por la noche, el tío le muestra el cielo quechua.
Los campesinos podían distinguir siluetas que, según decían, eran más negras
que el carbón, y veían figuras de una culebra, un sapo, una llama; pero lo que
distinguía Garcilaso eran los puntos luminosos. Él escribe en Los comentarios
reales que se esfuerza por ver en ese cielo las figuras que le muestra su tío,
pero no puede. Concluye que no los supo ver, por no saberlos imaginar. Él se da
cuenta que el mestizaje es ganar y es perder cosas.
¿A qué le llevó esa reflexión?
Creo que esa reflexión debe ser tomada
en serio en la educación que recibimos los peruanos en un país tan diverso como
el nuestro, porque hay una pluralidad de miradas. Unas están relegadas y otras
están en primer plano.
Irma del Águila es socióloga y
escritora, ha sido observadora electoral y de derechos humanos en países como
Colombia y Haití. (Foto: José Rojas)
En su novela más reciente habla de una
Lima llena de miedo. ¿Qué tanto arrastramos de ese trauma?
El año 1615 es conocido y desconocido
al mismo tiempo. La llegada de un corsario holandés causó pánico en la ciudad
de Lima. Hubo arrebatos de mujeres que caminaban por las calles y decían haber
tenido raptos místicos con la Virgen o Jesús. Lo que se desconoce es el combate
de Cañete, donde mueren más de 500 personas. Es el desastre marítimo más grande
del país. Con la derrota, el sentimiento de desprotección se convirtió en
pánico. Podemos volver este relato contemporáneo por el sentimiento de
indefensión, de estar a merced de fuerzas superiores.
En el relato, hay una relación entre
dos enemigos. ¿Cómo puede ocurrir esto?
Hay un acercamiento entre dos personas
en un plano más amical e íntimo, a pesar de que en el plano político –por ser
uno español y otro holandés– deberían tener resentimiento y ser enemigos
naturales. A mí me interesaba explorar una relación de amistad entre ellos.
La escritora Irma del Águila sostiene
una réplica de uno de los primeros telescopios usados por los corsarios
holandeses. (Foto: José Rojas)
¿Qué representa el telescopio en la
historia?
El telescopio es un pretexto para que
se pueda discutir sobre la tierra y el cielo. El holandés que tiene ya las
ideas del sistema heliocéntrico versus la concepción de Ptolomeo que tiene el
mundo católico. El telescopio es una amenaza. Si algo causaba tranquilidad en
esa época era la seguridad de la otra vida, pero cuando se caen estas
concepciones, la gente se tiene que confrontar frente al vacío. Por eso hubo
una gran resistencia por parte de España.
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