Escribe: Guillermo Peña H.
“En el Perú no hay delito de
opinión ni persecución por razones de ideas y creencias, el ejercicio de todas
las confesiones es libre y la libertad de conciencia está garantizada”. Son
derechos fundamentales amparados y garantizados por nuestra Constitución
Política. Vivimos en una democracia, es cierto, pero lamentablemente conocemos
todas las barbaridades que se han dicho en su nombre, y el respaldo que ha
encontrado el anonimato a través de algunos medios de comunicación social que,
por la ignorancia de sus administradores y/o conductores —tan notoria que no
exige pruebas—, menoscaban la reciprocidad a la cual estamos obligados a
cumplir como ciudadanos: los deberes. Somos respetados en la medida que
respetamos los derechos de los demás. Porque la única manera de vivir en
sociedad es que el otro exista. No existe otra forma de convivencia armónica,
entendámoslo de una vez por todas.
Hasta ahora no comprendo por
qué a mis paisanos le es tan difícil entender que no se pueden suprimir, a
voluntad o antojo, los derechos fundamentales porque son consustanciales a las
personas, a todos sin excepción. Aquí en Cañete todo es permitido, todo es
emitido y divulgado sin filtros ni canales que funcionen como mecanismos de
corrección que eviten la transgresión de la dignidad humana.
Este es el caso de los
comentaristas anónimos y timoratos que fungen de analistas políticos en nuestra
jurisdicción, cuyas declaraciones y argumentos circulan por distintos espacios
informativos donde los directores del medio “periodístico” avalan la vulgaridad
de los incógnitos, encontrando a través de ellos la satisfacción de —sin tener
que decirlo ni responsabilizarse por lo dicho— exteriorizar sus odios y
resentimientos, atacando e injuriando a autoridades y civiles que sí opinan con
nombre y apellido propio al marcar el teléfono o escribir en las redes
sociales.
Qué fácil resulta ocultarse en
el anonimato y, desde esa trinchera, disparar a quemarropa como un vil y
cobarde delincuente que prefiere mantenerse en la sombra para continuar delinquiendo
sin recibir sentencia por su crimen. Y es que cuando un individuo decide no
manifestarse, esconder su verdadera identidad y no dar la cara a la sociedad, es
por dos principales motivos:
1- Porque teme que sus
antecedentes o delitos cometidos sean expuestos públicamente, y como
consecuencia pierda toda calidad moral para seguir criticando a los demás,
convirtiéndose en el criticado del pueblo.
2- Porque teme que descubran
sus intereses ocultos (políticos, económicos y personales) tras la fachada de
la reflexión y la crítica social.
En ambos caso, el motivo se
reduce en una sola palabra: cobardía. Y esto sí justifica la ofensa y la
alteración del orden público que causa un individuo anónimo con sus palabras y
actos pusilánimes. Y también del periodista o comunicador que le tribuna libre
para que publique sus barbaridades.
En Cañete existen muchos entes
anónimos muy populares (¡qué tal paradoja!) que dicen y desdicen sin control ni
límites. Y no es que obsesionen o preocupen las supuestas verdades que estos
pregonan, sino la impotencia que genera —y con toda la razón del mundo— tener
que oír como destruyen nuestra intimidad, nuestra reputación, nuestra vida, y
sin poder aclarar ni desmentir la deshonra por simplemente no saber contra
quién se discute o debate. ¿Eso es justo?
La prensa debería corregir y
eliminar estas faltas graves, porque no sólo terceros podrían salir
perjudicados, como ya ha sucedido, sino que también ellos mismos pueden
terminar siendo la carne de cañón. Reflexionen.
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