En verano lo notamos
más. Es la temporada alta de las bebidas heladas y las comidas frías y el mar.
Todos nos volcamos a las playas, y nuestros cuerpos calientes demandan jugosos
cebiches, coloreados tiraditos y todas las variedades de jaleas fritas,
carretilleros, mixtos, leches de tigre, de pantera y demás delicias marinas.
La demanda, genera oferta
y cada vez se hace más interesante el tamaño del mercado de pescado para
consumo interno, sobre todo a partir de año nuevo. Un segundo pico de demanda
es la Semana Santa.
El problema es que
hay una mafia de pescadores, reducidores y cómplices de diferentes pelajes y
estamentos, que se han organizado para abastecer esta creciente y enorme
demanda justo en la superficie del radar de la ley y que actúan impunemente en
toda la costa peruana.
Le dicen “pesca” con
dinamita.
Lo hemos visto por
años desde nuestra casa, justo frente a unos pequeños islotes repletos de aves
marinas, cerca de Cañete, pero sabemos que sucede en todo el litoral. Cada
cierto tiempo, aparecen, usualmente de noche, pero a veces al caer la tarde. Se
ven como lanchas comunes de pesca artesanal y de hecho lo son, pero quienes los
tripulan son en realidad delincuentes. Suelen trabajar de a dos y los hemos
visto u oído descargar hasta veinte o veinticinco cartuchos de dinamita en la
hoyada que se forma entre los islotes. Uno realiza las explosiones y se va, con
las manos marcadas por la pólvora pero sin otra huella visible de delito. El
otro llega minutos después y recoge cientos de peces que flotan muertos con el
cerebro destrozado. Millares quedan en el fondo, como puedes ver si buceas por
ahí al otro día.
El lugar es zona de
apareamiento, crianza y alimentación de muchísimas especies de peces y aves
marinas, y queda desierto por semanas luego de estas siniestras incursiones que
depredan una vida marina que ya viene sufriendo estragos. Estragos que a la
larga nos afectarán a todos.
Ya no vemos más las
familias de delfines que solían venir a comer al amanecer y a la puesta de sol,
y las familias de los cordeleros asociados en las cuatro Asociaciones de
Cordeleros de Cerro Azul, se la pasan muy mal.
La primera vez,
llamamos a la policía, a la capitanía de Pucusana, a la Asociación de la Playa,
a los vigilantes de la Playa, a los cordeleros que pescan en las peñas. Los
vigilantes no sabían que hacer: no tenemos motonáuticas en la Playa. Un policía
llegó cuando ya se habían ido, en bicicleta. La capitanía informó que no tenían
unidades de control en la zona. La Asociación inició un trámite engorroso que
no pudo continuar. Las Asociaciones de Cordeleros que pescan en la zona ya se
cansaron de protestar. No pasa nada.
Otra vez lo hicieron
de día: tomamos fotos, pasamos mails y las enviamos a las diversas
Instituciones del Estado -Discamec, Sucamec, MINAM, etc.-, conversamos con
Oficiales de la Marina en ámbitos sociales, hablamos con nuestros vecinos; casi
nos volvimos odiosos y mono-temáticos en la playa. Nadie hizo nada. Nosotros
mismos no hicimos casi nada, salvo hablar, denunciar y buscar alguien que
supiera qué hacer: lidiar con un Estado en el que todos se tiran la pelota unos
a otros es agotador y luego vuelves a Lima y el trabajo te absorbe.
Y sin embargo,
estamos hablando de un delito penado por la Ley Nº 30299, con penas de entre 6
y 15 años: la tenencia y uso sin licencia de dinamita.
¿Cómo funciona este
delito? La cadena de producción se debe iniciar en alguna fábrica de explosivos
formal con una fuga de producto o en alguno de los talleres clandestinos que
fabrican ratas blancas y que tienen en la pesca artesanal un cliente para la temporada
post navidad. Los cómplices son los mismos pescadores de Cerro Azul que saben
perfectamente quienes utilizan esta técnica e incluso saben dónde se vende el
“material”: el puerto de Pucusana. Los reducidores son los comerciantes de
Pucusana que luego venden a los restaurantes o consumidores el pescado
reventado. También son los policías que se hacen de la vista gorda ante las
demandas y mandan a la capitanía a los demandantes en un lavamanos que todos
bien conocemos. Pareciera que lo toman como una falta y no como el delito que
es, como una forma más de ganarse la vida que los pobres han desarrollado, como
muchas otras, contra la corriente de la legalidad. MINAM tampoco se pronuncia,
hasta donde sabemos.
La solución no parece
tan difícil, pero requiere conciencia y voluntad política Institucional. Si un
oficial de la PN se compra el pleito, solo tiene que enviar un par de tigres de
civil que hagan las averiguaciones y le den seguimiento al tema. En una semana
se captura a las delincuentes in fraganti y empezamos una campaña que nos
permita atender las demandas crecientes y las necesidades del sector de pesca
artesanal de una forma racional y no depredadora. El equipo de FONDEPES también
tiene aquí una oportunidad de ayudar a corregir un delito que se comete a vista
y paciencia de todos, si toma en cuenta esta realidad mientras continúa
mejorando las condiciones de trabajo de sus stakeholders. Es imperativo
desarticular lo antes posible este aspecto delincuencial de la pesca artesanal
que le hace tanto daño. Sin hablar de nuestros ecosistemas marinos, que deben
estar recibiendo miles de cartuchos de dinamita al año en zonas clave del
litoral peruano. Un delito por donde lo mires.
Y Semana Santa se
acerca a toda velocidad.
ESCRITO POR Alfredo Menacho Sánchez - Antropólogo, empresario.
Foto: Alfredo Menacho.
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